Hombres, Plantas, Conocimientos - André Malby

Hombres, Plantas, Conocimientos, André Malby

Título: Hombres, Plantas, Conocimientos
Autor: 
Medio de publicación: Revista «Karma 7» nº68
Fecha de publicación: 

Este texto de 1978 corresponde a la ponencia expuesta por André Malby en el I Congreso Nacional de la Otra Medicina, que fue posteriormente publicada en el número 68 de la revista Karma 7. En ella, no sólo se tratan las propiedades curativas de las plantas, sino también por qué el tratamiento recibido por estas plantas es crucial para sacar el máximo partido de ellas. También nos explica por qué hay casos en que los tratamientos de los sanadores, curanderos y fitoterapeutas, resultan más efectivos que la medicina tradicional. Y la razón no es otra que la necesidad de conectar con el paciente a un nivel profundo y personalizar los tratamientos, como ingredientes esenciales para la curación del mismo. En esta ponencia, André Malby vuelve a incidir en su creencia de que todos los organismos vivos formamos parte de un único ser que, lejos de estar divididos, integramos un gran todo común, cuyos lazos invisibles e indivisibles pueden ser utilizados con fines sanadores, entre otros.

La información aportada por André Malby en esta ponencia, puede ser ampliada a través de la , realizada por Andreas Faber-Kaiser para la revista Mundo Desconocido, apenas unas semanas después de este Congreso.





Ponencia dictada por André Malby, en el I Congreso Nacional de la Otra Medicina, titulada:
Hombres, Plantas, Conocimientos

Me encantaría poder ver el centésimo aniversario de este Congreso para darme cuenta de cuántos «hechos malditos», «conocimientos parciales», «intuiciones no averiguadas», «técnicas sin sostén experimental directo», habrían pasado ya al academicismo. Porque evidentemente, hoy, aquí empezamos algo que cuelga del futuro. Al final importa poco que nuestros antepasados hayan cometido errores. Vivimos hoy los mismos pasos de algo que ha de ocurrir y que todavía no está hecho.

Quiero hablar de plantas, pero primero quiero aclarar un punto. Ciertos experimentos que han sido realizados en los laboratorios de la policía científica de Nueva York, presentan un interés muy grande. Ahí se conectó a un detector de mentiras a unas cuantas plantas, y se pudo comprobar que cosas que les ocurrían a seres humanos cerca de esas plantas, se registraban en el detector con trazos diferentes. Extrañados por estos hechos, se realizaron otras experiencias; entre ellas una que creo digna de reseñar, realizada con huevos. Se pusieron varios huevos fecundados, conectados al detector de mentiras, y a una máquina que mandaba agua hirviendo. Cuando un huevo moría, se registraba un gran salto en el trazo del detector, seguido después de una línea que mostraba un aparente desmayo. Al cabo de diez o doce minutos cuando moría otro huevo, volvía a ocurrir lo mismo. El gran interés de este experimento, está en demostrarnos la gran complejidad del ser vivo. Nosotros tendemos a considerarnos como seres aislados: yo y después el otro, sea quien sea. Pero los hechos parecen decimos que eso no es así, que de hecho parece que haya una existencia más alargada del ser, parece que somos cómplices de nuestros vecinos, da nuestra familia, de la gente que nos rodea directa o indirectamente, que somos cómplices de los sitios en los cuales estamos, parece también que por esa misma razón de complicidad celular, las antiguas protecciones a las cosechas, tenían, no tanto un sentido místico como efectivo, ya que las cosechas eran mejores cuando se pedían con cariño. Los experimentos hechos por el prof. Rovatti de cultivo de bacterias, y otro realizado por el Dr. Bari en Francia con el cultivo de hongos micromicetes, también lo demuestran. A través de esto quiero llegar al hecho de las plantas.

Desde el primer momento en que un hombre al darse un golpe, coge la planta más húmeda, la más fresca o la más fácil de coger y la aplica a su herida, empezó la Fitoterapia. Los siglos que han ido transcurriendo han añadido conocimientos experimentales a los ya existentes, hasta que en nuestra época empezamos ahora a intentar saber cómo y por qué las plantas actúan. Evidentemente, mientras el brujo o el curador utiliza las plantas de un cierto modo: se habla de falta de asepsia, se habla de conocimientos incompletos, de falta de un montón de cosas. Cuando llega la «bendición» del laboratorio y el diploma académico —que no impide a las cosas su ya anterior existencia—, se empieza a hablar de otra forma, olvidando que los cuerpos sintetizados, que corresponden a las substancias activas, muchas veces pierden eficacia, porque directamente en la planta existe la substancia activa, separada, sintetizada, etc., pero además existe el conjunto de toda la planta. La planta convive en su substancia activa, además de estar presentes muchas substancias que actúan como sinérgicos. Es muy diferente, por ejemplo, utilizar la Siaticosire —extracto de centella asiática para cicatrizar llagas o úlceras—, y utilizar la misma centella asiática, en modo de emplastro o parche, machacada con un mortero. Aquí intervienen otros factores que empiezan a ser investigados, entre otros, por un médico francés llamado Dr. Larché. Este hombre empezó a interesarse por el problema de la muerte, y por los problemas concomitantes con la muerte orgánico-celular; no quiero referirme aquí a la muerte por paro cerebral. Se dio cuenta de que una substancia viva agredida mecánicamente, producía unas cuantas substancias hasta ahora desconocidas. Las llamó: Tibulinas Biogenes. Ahí empieza la gran diferencia que existe entre plantas cogidas frescas, machacadas y aplicadas, y lo que queda después del análisis del corte que se puede hacer a varios niveles de laboratorios y hasta sobre el papel.

El idioma alemán define al médico como «el hombre del arte», del mismo modo que los alquimistas se llamaban artistas. El arte es saber en cada momento adaptar conocimientos, que son disponibilidades de fuerzas, a un estímulo que viene desde fuera. Además, quiero aclarar que los reconocimientos oficiales en cuanto a plantas y substancias activas, tocan a las enfermedades características que parecen ser curadas por esas substancias. En cuanto a curanderos, sanadores, fitoterapeutas, o cualquiera que emplee una técnica no reconocida, pienso que hay un fenómeno muy importante. Nosotros no tocamos las enfermedades, sino que nos interesamos por las personas. Quiero decir con esto que, el hecho de curar, es el intento de manifestar un sentimiento de comprensión hacia el enfermo; la compasión —como decía Rovatti— si se entiende bien, no es más que esto: hay que captar al semejante. Este sentimiento de simpatía no es simplemente un acto social de reconocimiento mutuo, es un fenómeno importantísimo en el desarrollo de la relación dinámica que se establece entre el curador y su enfermo. Evidentemente, no se puede limitar el hecho de una curación por los métodos que se emplean. Porque, del mismo modo que el magnetizador ha de estar la mayoría de veces presente ante su enfermo, los fitoterapeutas no pueden, por ejemplo, hacer prescripciones por teléfono o dar una fórmula hecha con antelación, porque dado este caso llegaríamos a la contradicción a la que ha llegado la medicina alópata que, teniendo montones de armas poderosísimas en sus manos, falla. Y falla por el sencillo hecho de que los médicos no tienen —cada uno de ellos— un laboratorio junto a sus consultorios, que les permita adaptar a cada caso y a cada persona, los conocimientos adquiridos. Si esto fuera así, el médico obtendría unos éxitos mucho más grandes. Por eso mismo, el curandero, el sanador, y el fitoterapeuta, al adaptar sus conocimientos a cada caso específico, llegan a alcanzar resultados que pueden parecer, a veces, imposibles.

Belladona o Solano Mayor (Atropa Belladona)
BELLADONA o SOLANO MAYOR (Atropa Belladona, L.).

Voy a dar algunos ejemplos. No voy a hablar ahora de las plantas en general, las cuales todos conocen o han oído hablar, porque es tan fácil encontrar información sobre este tema, que no vale la pena referirse a él en estos momentos. Voy a hablar de hechos como el del Grandis Nivalis, que es una planta que crece de modo activo en Rumanía, de la cual se ha extraído una substancia llamada Garantosinum. Esta substancia actúa como anticlorinestarasa, con lo cual quiere decir que, en ciertos casos de poliomielitis, parálisis, y hasta ciertos casos de parálisis resultantes de traumatismos directos, llegan a recobrar actividad, porque actúan directamente sobre el metabolismo de la sidilcolina. He ahí un hecho importante. Esta planta hace unos quinientos años que se usa sin conocimiento, porque cuando Santa Hildegarda hace su herbario y menciona el uso de esta planta, evidentemente no sabe nada del Garantosinum, pero sabe sin embargo que algo hay en su interior que actúa. Se ha intentado hacer la síntesis de la molécula correspondiente. Hoy en día es posible hacer cualquier cosa que se quiera en los laboratorios: se manipulan radicales, se cambian moléculas, y se llega a obtener algo que no actúa. Pero después de insistir, han hecho extractos y han obtenido el alcaloide aislado que sí actúa. Ahí hay que plantear una gran pregunta: ¿Son las substancias que han sido revividas por organismos —sea el organismo que sea— algo más que su determinación química? ¿Puede ser que, desde la primera macromolécula proteica hasta nosotros, haya una fuerza de sobrevivencia que escapa a los accidentes relativos a los individuos? ¿Puede ser que la vida sea inmortal en sí misma? ¿Puede ser que seamos únicamente —y ahí necesitamos un poco de humildad— los casos particulares de un gran vivir que nos concierne a nosotros, a los que nos han precedido y a los que nos seguirán?

Nadie piensa habitualmente que la capa actual de la tierra representa, en cuanto al humus, unas substancias que han sido vividas montones de veces, que por eso hay sitios predispuestos donde se puede recoger plantas mejores, donde se puede vivir mejor. Antes una persona tenía una masía en San Sadurni, por ejemplo, y comía legumbres que salían de esta tierra, bebía agua que brotaba de esa tierra, se alimentaba de animales que hablan comido los vegetales de esa tierra. Ese hombre estaba hecho a la medida de las dosificaciones de alimentos característicos del lugar, donde, evidentemente, estaban las plantas más adecuadas a sus problemas. Ahora comemos guisantes de Rumanía, carne de la Argentina, puerros de Holanda y huevos que llegan de Francia; quiere decirse que no hay esa continuidad que permitía ciertos actos fundamentales. Ahí entra directamente otro problema, que es que existen un montón de diferenciaciones orgánicas que clasificamos como enfermedades, y que personalmente no creo que lo sean. Creo que un hombre que vive en una ciudad entre gas de los escapes de los coches, con fábricas, con vecinos arriba y abajo, con hierro en las paredes, con ascensor… con todos esos problemas, sea un enfermo, más bien creo que sea una adaptación: nadie se extraña que, después de dos horas dentro de una bañera, salga con la piel arrugada, ya que es una forma de relación directa con el medio ambiente. Los sanadores —nosotros por ejemplo, que al fin y al cabo somos una pequeña semilla para toda España—, deberíamos actuar en grupos. Creo que es posible reorganizar lo que permite ser enfermo y quitar los motivos de serlo. Ninguno de los sanadores aquí presentes podrá negar que han visto llegar enfermos con la enfermedad que necesitaban, porque era un modo de contestar, un modo de decir algo. La enfermedad ahora, noventa veces sobre cien es un lenguaje, frente al cual hemos olvidado aprender a escuchar. El sanador escucha intuitivamente; ahí se añaden conocimientos, pero como hasta ahora la transmisión se hace por vía oral o por métodos autodidácticos —desde que se suprimieron las cátedras de Fitoterapia y Fitología directa—, unos hombres —aparentemente— viven con secretos. Y aquí tengo que decir algo que normalmente se sale de mi ponencia. Creo que, al ver las diferentes reacciones, tanto públicas como privadas, que se han sentido en los pasillos, tendríamos que decidir la existencia de una asociación en la cual nos sometamos —porque cuando uno está seguro de lo que sabe no teme decirlo— a un examen bianual, por ejemplo, en el que se comprobarían el nivel de conocimientos y la aptitud directa para ejercer esos conocimientos. Además, poner a disposición de todos aquellos que quieran saber el «modus operandi» de cada sanador, los conocimientos que se tienen, y si se sobreponen, tanto mejor. Plantear, también, una técnica de acumulación de información tal, que se pueda entregar un archivo clínico. Debemos hacer lo posible para que, de una sala como ésta, pasemos a las aulas, para que los médicos lleguen a tener ese don, que creo sería lo ideal. No debe estar limitado a quien está fuera de la profesión médica. Asimismo, sería una gran maravilla que el sanador hiciera el esfuerzo de enterarse de cómo está hecho el cuerpo sobre el que actúa.

Sería posible contar historias durante media hora más. Creo que es mucho más eficaz y útil el hecho de ponerme a la disposición de eventuales preguntas, porque si no hay preguntas, no vale la pena hablar más.

ANDRÉ MALBY




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