We Must Go On - André Malby

We Must Go On, André Malby

Título: We Must Go On
Autor: 
Medio de publicación: Revista «Partón» nº6 y nº7
Fecha de publicación: 

Este artículo, escrito por André Malby, inicialmente iba destinado a la revista Mundo Desconocido, en la que finalmente no se publicó por motivos desconocidos. Vio la luz finalmente en los números 6 y 7 de la revista Partón, publicados a lo largo del año 1995. En él, encontramos a un André Malby muy desencantado (e indignado) con la dirección que está tomando la ciencia moderna, extraordinariamente materialista y protocolaria, orientada a censurar y difamar a grandes científicos, cuando éstos osan tomarse el atrevimiento de alejar sus investigaciones de los rígidos cánones preestablecidos.

Su tono inicialmente derrotista respecto al futuro de la humanidad, se va transformando a lo largo del escrito para finalmente ofrecernos el optimista lema que da nombre al artículo: We must go on!





We Must Go On
André Malby

Cuando Andreas me pidió algo para el primer número de lo que iba a ser el nuevo “Mundo Desconocido” pensé que era más honesto, y probablemente más eficaz, decir lo que pensaba sobre el tipo de conciencia que está en juego dentro de nuestro mundo, en vez de mandarle alguna suma de datos sobre el Grial o cualquier otro sector de mis investigaciones. Es este texto, tal y como se lo entregué que pongo hoy a vuestra disposición.

Todos estamos contemplando el progresivo deterioro de lo que fue el “Camino Magno” de la evolución del hombre. Los senderos del “espíritu iluminado” están escondidos hoy por la plaga de los charlatanes, los cientólatras y cientófilos, los mentirosos y los desesperados. Nos toca revivificar el instinto de superación, la intuición de lo milagroso y de lo imposible, nos toca limpiar el paso para los soñadores de futuro que, no lo dudes, moran entre nuestros hijos y amigos.

Brujos y magos, videntes, iniciados y profetas de todo tipo, proliferan por doquier alrededor del planeta, en estos tiempos de catarsis que nos toca vivir. Cada uno por su lado, sostiene y afirma su diferencia a través de la peculiar manera que haya escogido para definir el origen o la naturaleza de sus dones, cuando no se trata de su filiación, tradicional o no.

El idioma alemán define al médico como «el hombre del arte», del mismo modo que los alquimistas se llamaban artistas. El arte es saber en cada momento adaptar conocimientos, que son disponibilidades de fuerzas, a un estímulo que viene desde fuera. Además, quiero aclarar que los reconocimientos oficiales en cuanto a plantas y substancias activas, tocan a las enfermedades características que parecen ser curadas por esas substancias. En cuanto a curanderos, sanadores, fitoterapeutas, o cualquiera que emplee una técnica no reconocida, pienso que hay un fenómeno muy importante. Nosotros no tocamos las enfermedades, sino que nos interesamos por las personas. Quiero decir con esto que, el hecho de curar, es el intento de manifestar un sentimiento de comprensión hacia el enfermo; la compasión —como decía Rovatti— si se entiende bien, no es más que esto: hay que captar al semejante. Este sentimiento de simpatía no es simplemente un acto social de reconocimiento mutuo, es un fenómeno importantísimo en el desarrollo de la relación dinámica que se establece entre el curador y su enfermo. Evidentemente, no se puede limitar el hecho de una curación por los métodos que se emplean. Porque, del mismo modo que el magnetizador ha de estar la mayoría de veces presente ante su enfermo, los fitoterapeutas no pueden, por ejemplo, hacer prescripciones por teléfono o dar una fórmula hecha con antelación, porque dado este caso llegaríamos a la contradicción a la que ha llegado la medicina alópata que, teniendo montones de armas poderosísimas en sus manos, falla. Y falla por el sencillo hecho de que los médicos no tienen —cada uno de ellos— un laboratorio junto a sus consultorios, que les permita adaptar a cada caso y a cada persona, los conocimientos adquiridos. Si esto fuera así, el médico obtendría unos éxitos mucho más grandes. Por eso mismo, el curandero, el sanador, y el fitoterapeuta, al adaptar sus conocimientos a cada caso específico, llegan a alcanzar resultados que pueden parecer, a veces, imposibles.

Cualquier investigador lo mínimamente constante tropezará rápidamente con un maremágnum de contradicciones y afabulaciones cuanto más inquisitorias o perentorias a medida que serán más descabelladas.

Cuando los hechos no coinciden con el corpus de lo enunciado, la explicación es apabullantemente clara: se trata de una conjuración o un contubernio, poco menos que mundial, cuando no de un ataque despiadado, destinado a acabar en un control planetario de la humanidad, si no es, más sencillamente, uno de los episodios de una lucha cósmica, ¡que tiene lugar desde siempre entre principios opuestos…!

De la misma manera, a diario estallan las disputas entre científicos teóricos de todas índoles, los unos geniales y los otros sólo desmadrados. Las teorías nacen y mueren en un santiamén dentro de laboratorios y despachos, ¡en los cuales se vive rodeado por una atmósfera mental limitada, controlada y aislada de todas las demás...!

La ciencia ya no es el monumento monolítico cimentado por el “re scibili…” de Pico della Mirandola. El sabio capaz de realizar con sus manos lo que su mente y su saber le proporcionan, pertenece al pasado.

Dudo que un Nobel de Física pueda sobrevivir más de una semana en una isla desierta, traicionando así el fantástico personaje del ingeniero soñado por Julio Veme que, en su tiempo, podía aun existir.

La distancia que ha aparecido entre lo que se siente y lo que se piensa y se sabe, lo que se demuestra y lo que se intuye, lo que se puede decir con toda seguridad y lo que no se puede contradecir a pesar de no ser cierto, es de tal amplitud y tamaño que la ciencia ya no es una manera sana de examinar y entender el universo o el hombre, y menos aún un procedimiento que enseñe la postura que hay que mantener frente a lo desconocido.

Empero, la ciencia en su esencia tiene la función de acercarse a lo desconocido y no la de redigerir sin fin las migajas de saberes heredados y destrozados por generaciones de diplomados ávidos de éxito, de créditos o de reconocimiento. La trayectoria casi mística del científico mirando a la lejanía del universo ha sido sustituida por enfrentamientos entre defensores de técnicas específicas, o diferentes, que contemplan aspectos, separados y capados de la realidad universal.

La locura de las especializaciones a cualquier costo ha desembocado en la destrucción de la cohesión de lo que se quería observar y entender. Dentro del patio de recreación de la ciencia se enfrentan los defensores de todo y de nada. Quienes gastan hasta sus últimas energías en negar (en nombre de lo que creen haber alcanzado, ser y saber) cualquier atisbo de luz susceptible de ampliar o rehacer coherente el campo cubierto por las ansias de saber y conocer, se oponen a los que están dispuestos a tragar y sostener cualquier parida, a condición que sea “nueva”, y que permita endiñar algún que otro palo académico a sus contrincantes de siempre.

La postura fantástica de Carl Sagan cuando dijo que “…la ausencia de pruebas no es una prueba de la ausencia…” viene desmentida por sus declaraciones repetidas, contradiciendo lo que tan claramente había enunciado… ¡necesidades del escalafón y escalada de las necesidades…!

Todo parece indicar que el cerebro, con sus geniales complejidades, obedece en las fases de su desarrollo a unas constantes necesidades y apetitos de ampliación cualitativa.

Al concepto novecentesco de que el cerebro secreta la mente y sus actividades hay que añadir, como muy probable, que fue el pensamiento que fomentó y dibujó las características adquiridas en los últimos tres millones de años.

Pero cuando sir John Eccles, premio Nobel de Neurofisiología declara, después de múltiples y largos experimentos e investigaciones, que el pensamiento PRECEDE LA ACTIVIDAD CEREBRAL, llegando a determinar la localización cerebral en la cual se manifiesta tan cataclísmico evento: el “Área Psicomotora Secundaria” (situada en el vertex del cerebro), sus pares y allegados se distancian inmediatamente de él: “…fue genial e inteligente pero se ha desviado… está envejeciendo… ha perdido hasta el sentido común… ¡cómo puede llegar a decir tal enormidad…!”.

Evidentemente, al ampliar y cambiar los parámetros de referencia que asentaban el poder académico, había tocado a la única cosa que no se puede tocar: ¡el Poder Establecido…!

A pesar de las miles de publicaciones sobre el necesario cambio de paradigma, que han invadido las estanterías de las bibliotecas universitarias, todo parece indicar que esto, finalmente, no es más que un juego intelectual, una diversión de salón, cuya única utilidad es la de descansar las frentes estudiosas de los científicos después de largos días de trabajo pasados a no descubrir nada, y a reforzar la cristalizada y momificada momia del único dios que es lícito adorar: la Oficialidad... ¡las cosas sólo existen si han sido garantizadas por un comité…!

Estamos hablando de dos niveles de realidad muy diferentes entre sí: de una parte, los tres millones y medio de años pasados desde que la pequeña Lucy rindió su alma en el valle del río Omo, y de la otra, ¡los escasos cuatro mil años de historia humana más o menos conocida…!

En realidad, no sabemos nada del cómo evolucionará el cerebro que usamos en la actualidad. De la misma manera, nada nos permite decir o saber de dónde y cómo llegan estas fuerzas organizadoras, que el maravilloso instrumento cerebral recibe y traduce hasta hacer aparecer lo que creemos ser nuestros pensamientos.

La pregunta más importante del mundo de hoy es la que se plantea en cuanto al origen de nuestros pensamientos y de nuestra consciencia. Al mejorar el instrumento de recepción se ampliará y afinará la calidad y la cantidad de datos o de unidades de conciencia recibidos y traducidos a la vida consciente que intentamos tener en este planeta, perdido entremedio de la inmensidad. Somos el proyecto de nuestros descendientes. No somos propietarios de nada, sino meros celadores de herencias que no nos pertenecen.

Al momento de intentar contemplar los posibles pasos siguientes en la evolución de este fantástico instrumento de condensación de la conciencia, tropezamos con prohibiciones infranqueables: no se puede estudiar ni esperar ninguna evolución ni ampliación de las capacidades o de la naturaleza de este soporte de la mente, la inteligencia y la conciencia porque, ¡sencillamente, no existen…!

“No hay piedras que caen del cielo porque no hay piedras en el cielo…”, y el descubridor de los meteoritos de Orgueil en Francia fue acosado hasta la locura y el suicidio por los mayores exponentes de la ciencia de su tiempo… ¿Qué tendremos que hacer para impedir que se mueran los portadores de futuro? ¿Quién y cómo hará la cama y abrirá los caminos por los cuales se deslizará el hombre que viene?

El primer esfuerzo, el más importante y significativo de los que habrá que hacer, será el de no buscar reconocimiento ni permiso por parte de lo que, dentro de poco, acabará siendo un fósil del espíritu.

Estamos asistiendo al choque frontal de dos universos incompatibles entre sí: de un lado, el ocaso de una conciencia alimentada y criada por los conocimientos enseñados y aprovechados, y del otro, la emergencia de una forma, radicalmente nueva, de lo que acabará siendo esta misma conciencia, hasta ahora limitada a malabarismos y efectos especiales cuya única utilidad era la de divertir o confinar a los ilusos dentro de sus cárceles interiores.

Las relaciones entre acondicionadores y condicionados duran desde cuatro milenios, por lo menos, siempre en beneficio de los manipuladores y, ahora por primera vez, ¡están apareciendo individuos resistentes al moldeo generalizado! Surgen de todas partes nuevas estructuras que sólo tendrán sentido al llegar a niveles planetarios de realidad.

No es el desorden que marca estos diseños, sino la complejidad. La nueva conciencia tiende a confundirse con los objetos a los cuales se aplica y, por el mismo proceso de su integración, al “universo tal como es”. Cada paso hacia lo desconocido de la inmensidad la hace más amplia y serenamente cierta.

No se trata de la llegada aislada o atípica de algunas mentes privilegiadas a un punto desde el cual vean o conozcan algunas realidades prohibidas al común de los mortales, sino de la emergencia de un nuevo tejido de referencia, sensible y perceptible por cualquiera, doquier se encuentre, dentro de la gran estructura de la conciencia planetaria.

Lo más importante es probablemente que la estructura de esta meta-conciencia que está apareciendo es tan heterogénea y ajena a los conceptos espaciales y geográficos como éstos lo son en relación a la naturaleza del tiempo.

Estamos al inicio de una nueva trayectoria que afectará a la totalidad de la humanidad en mismo tiempo que al resto del universo en la medida en la cual el hombre, corno portador de conciencia, se ha determinado siempre como manipulador del universo en el cual se encuentra.

Los medios a nuestro alcance y los que, no lo dudes, dentro de muy poco estarán a nuestra disposición hacen que, muy probablemente, dentro de unos siglos, la futura humanidad viva dentro de lo que ahora sólo existe dentro de los sueños, o las ilusiones, de unos genios soñadores o de algunos exploradores de lo imposible.

De la misma manera, basta con mirar a corazón abierto hacia la lejanía del legado humano, contemplando a la distancia de tres millones y medio de años los primeros pasos de la pequeña Lucy en las laderas del río Omo, en el norte de Etiopía, para darse cuenta que nada, absolutamente nada, nos viene a decir que la evolución haya llegado con la humanidad actual al final de su destino y a la manifestación de su último paso hacia adelante, ¡fijo e inmejorable…!

Al morirse este genio demasiado desconocido que fue J.B. Rhine, dijo algo que quiero apuntarme y que os entrego como guía para el futuro:

“WE MUST GO ON”
¡…Tenemos que seguir…!




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Fuentes:
Artur Sala

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