La Herencia de Wakan Tanka (texto) - André Malby

La Herencia de Wakan Tanka (texto), André Malby

Título: La Herencia de Wakan Tanka (texto)
Autor: 
Medio de publicación: Cassette, Ocho Huiteight S.L. (Olot)
Fecha de publicación: 

Este texto se corresponde con el contenido de la colección de cintas titulada «Secretos Esparcidos», publicada en el año 1994 por medio de la productora Ocho Huiteight, propiedad del propio André Malby. Se trata del texto que André elaboró y sobre el que se apoyó para la grabación de dichas cintas.

En este texto, André Malby hace un recorrido por diversas temáticas, aparentemente inconexas, con el fin último de hacernos conscientes de las infinitas posibilidades que nos ofrece nuestro propio cerebro, si nos acercamos a comprender el funcionamiento del Universo y desarrollamos las facultades superiores de la mente.

Cómo afecta la consciencia humana a la propia realidad, quién era Wakan Tanka para los Sioux y en qué se basaba la efectividad de los actos chamánicos que realizaban, cuáles son los caminos antagónicos que abren los actos mágicos para quien los ejecuta, cómo funciona nuestro cerebro y de dónde podrían venir determinadas facultades potenciales... todo esto y mucho más se trata en este inspirador escrito repleto de enseñanzas.

Si prefieres escuchar este texto de la voz del propio André Malby, en vez de leerlo, puedes hacerlo visitando la página de las cintas «Secretos Esparcidos».






Secretos Esparcidos
La Herencia de Wakan Tanka

Secretos Esparcidos I (Cinta 1)

Hola. Bienvenidos al primer capítulo de esta nueva colección que llevará el título genérico de Secretos Esparcidos. Se ocupará de tratar una infinidad de temas que, aunque parezcan separados o diferentes los unos de los otros, en realidad tienen en común el hecho de que intentarán ayudaros a contestar al sinfín de preguntas que el Hombre puede plantearse acerca de su vida, del sentido de su existencia, del significado y los secretos del Universo que le rodea, de los medios y técnicas de los cuales puede disponer para intentar resolver tan acuciantes problemáticas.

También intentará contestar al alud de preguntas que me fueron formuladas, sea directamente, sea por carta, sea por el correo electrónico de Internet, a raíz de la publicación de los primeros diecinueve títulos de nuestras producciones. Lo que tienen en común esas preguntas que me fueron hechas en muchos lugares y tiempos diferentes, es que plantean, antes que cualquier otra cosa, una pregunta fundamental sobre: ¿Qué es lo que hace que el Hombre, el Ser Humano, sea lo que es?

No pretendo conseguir algo que ocupa a los filósofos desde varios miles de años, pero sí pienso proporcionar unas cuantas pistas que permitan, por lo menos, a cada uno, forjar y construir su propio esquema lector siguiendo el cual llegará, lo espero, si no a dilucidar estas interrogantes, por lo menos accederá a tener una visión más clara, más amplia de la naturaleza de su existencia y de las relaciones privilegiadas que mantiene con el resto del Universo.

La actual situación del mundo hace que, prácticamente a diario, estemos confrontados con la terrible noticia de la muerte ajena. Para poder decir que alguien está muerto, se requiere que la actividad cerebral este reducida a cero. O sea, que la muerte del ser es la muerte del cerebro.

En la actualidad, los adelantos de la ciencia nos han mostrado que estamos viviendo dentro de un cuerpo que, según como se mire, bien podría ser considerado como una especie de kit orgánico, ya que la moderna técnica de los trasplantes, así como los descubrimientos periféricos a los cuales ha dado lugar, nos obliga a tomar consciencia del hecho de que la única pieza insustituible, imposible de cambiar, alterar, renovar, es el cerebro.

La pregunta barajada en casi todos los círculos o las publicaciones que se ocupan de ciencia, es evidentemente la de saber y demostrar que, como se llegó a decir, la actividad mental, la conciencia, no es nada más que una especie de subproducto del funcionamiento cerebral, algo como una secreción, un efecto, lo que querría decir que las imágenes mentales, la actividad conceptual, la creatividad, se reduciría al producto de unas cuantas conexiones neuronales, aunque estas sean miles y muy complejas, y a uno u otro cocktail de neurotransmisores que sean o no conocidos en la actualidad.

Pueden imaginarse hasta qué punto puedo encontrarme en desacuerdo con estos conceptos mecanicistas que niegan al ser toda su dimensión espiritual e intentan reducir los prodigios de la mente y de la aventura humana a unas cuantas reacciones químicas.

Mas aún, si decidimos seguir por un instante el tipo de razonamiento que se suele usar para defender tales posturas, vamos a encontrar una increíble contradicción. La ley de Borel, que se conoce como ley única del azar, de la casualidad estadística, dice que dentro de un sistema de dimensiones finitas, o sea determinadas, y durante un periodo de tiempo determinado, cualquier evento que tiene una probabilidad infinitesimal no se produce nunca. El profesor Emile Borel calculó los límites de improbabilidad en cuanto al planeta tierra, son del orden de diez a la centésima potencia negativa, y es de diez a la doscientas potencia negativa en cuanto al cosmos.

Pues bien, otro matemático, Georges Salet, calculó que el contenido del código ADN de una sola célula no puede existir por azar, el límite de improbabilidad es extraordinariamente inferior, no sólo al límite de improbabilidad terrestre, sino también al límite de improbabilidad a la escala del cosmos mismo. La conclusión de Georges Salet es ejemplar, ya que dice que, todo lo que no puede ser atribuido al azar, es determinado y está producido por una causa inteligente, sin que se pueda precisar la naturaleza ni los caracteres específicos de este ser inteligente.

No es aquí el lugar para discutir posturas antagónicas, pero no podía dejar de mencionar las posiciones indefendibles sostenidas por los portavoces de una cierta escuela de pensamiento, que se reclama de la razón y de las matemáticas para justificarse, cuando son las mismas que aniquilan sus argumentos. Bien, temo que estas posturas, defendidas por cantidad de personas, sólo les permiten, a fin de cuentas, escapar a toda responsabilidad real, reduciendo la historia humana a una serie de reacciones y manifestaciones, poco menos que mecánicas, que ellos desconocen.

Una vez dejado de lado este aspecto, la única certeza que podemos tener es que, la única cosa que podemos conocer, es la consciencia. Sin embargo, la conciencia es el más extraño, el más indefinible, y el más fundamental de todos los fenómenos. Al intentar acceder a un nivel suficiente de claridad que nos permita contemplar su esencia, llegamos a una situación muy parecida a la del actual estado de ambigüedad de los fenómenos observados por la ciencia, para la cual los últimos datos de su evolución cognitiva llegan a imposibilitar su aplicación a lo que quiere observar.

Para intentar dar un ejemplo, imagínense que quieren saber a qué velocidad corre un coche. Pueden utilizar el radar que la policía de carretera tan a menudo utiliza generosamente en las carreteras españolas y, evidentemente, le dará la velocidad del coche. Pero, ¿llegaría Vd. a pensar que el haz radar emitido por el aparato llegó a empujar el coche? Pues claro que no, me dirán.

Sin embargo, si miramos el fenómeno contemplando cada uno de los constituyentes de este coche, quiero decir, bajando más allá que el átomo, hasta el nivel de las partículas elementales, resultará que, efectivamente, el haz radar utilizado para medir la velocidad de este conjunto de partículas que es el coche, los habrá empujado. O sea, que de repente el instrumento de medición cambia precisamente la cosa que intentaba medir. Al mismo tiempo que la verdad experimental fina contradice la fenomenología observable: o sea, que el haz radar no empujó el coche.

Nos encontramos en esta extraña encrucijada en la que, el mero hecho de intentar tener conocimiento o conciencia de algo, altera el algo de lo que se está tomando conciencia. Este fenómeno plantea, no sólo la parte negativa de la experiencia, que es una aparente imposibilidad de encontrar y vivir experimentalmente el Universo tal y como es, sino también plasma y dibuja la fantástica libertad y el proyecto mayor: somos interactivos con el Universo en el cual nos encontramos.

¿Esto qué quiere decir? Quiere decir que, de manera permanente, la atención que prestamos al Universo lo modifica, aunque la mayoría de las veces no nos podemos dar cuenta de las alteraciones que provoca nuestra conciencia en acción. Esto es debido a la naturaleza misma de los pensamientos que nutren, animan, y plasman el espacio energético de nuestra conciencia.

La mayoría de las veces se trata de pensamientos dispersos. Es como una difracción mental que se expande sin rumbo y acaba conectando entre ellos una infinidad de puntos no contiguos, no relacionados entre ellos, por un camino de encadenamiento causal, vital, o similar a las fuerzas que animan el cosmos.

Esto hace que los resultados se parezcan a la fuerza aplicada sobre los elementos de la realidad que se contemplaba. De una conexión desorganizada sólo puede salir el desorden.

Por este motivo, tanta gente que intenta conseguir algo, al final no lo logra, porque a través de la proyección imaginativa de sus deseos, anhelos o miedos, ellos acaban rodeándose de una infinidad de conexiones con cualquiera de los posibles fallos de lo que tan afanosamente están buscando.

Este fenómeno, que aniquila las fuerzas de transformación de la realidad a través de la división del pensamiento y la explosión de la conciencia, es probablemente lo que hizo nacer todas las magias, ya que, a través de la organización ritual característica de todas y cada una, lo que consiguen es unificar el pensamiento, la conciencia, alrededor de un sólo propósito.

El examen de las direcciones y técnicas que definen las diversas técnicas mágicas que existen o han existido alrededor del mundo, nos obliga a constatar que, en la mayoría de los casos, por no decir todos, estas técnicas y las escuelas que las defienden se organizan alrededor de las motivaciones más rudimentarias.

En pocas palabras, podríamos decir que sus ejes rectores se confunden con el enunciado de los pecados y virtudes capitales: amor y odio, envidia y generosidad, respeto y desprecio, voluntad de curar o de matar, sobriedad y gula, etc.

Lo que diferencia las magias de los caminos iniciáticos, es que las magias se anclan en una reducción de la conciencia, obnubilada por una sola gana, un solo deseo que siempre tiene un objeto, una diana en el mundo exterior. Se caracterizan por el hecho de que sus resultados son siempre materiales y conectados con una satisfacción, un deseo que se quiere satisfacer.

Las disciplinas iniciáticas llevan el ser a una visión cada vez más amplia del Universo y de él mismo, sin que exista ningún objetivo materializable o que resulte ajeno a la naturaleza interior del que emprende tan transcendente peregrinaje.

Así, la magia reduce la realidad universal hasta llegar a la mínima representación posible, una vela para todos los fuegos, una copa de agua y un poco de tierra, cuando no son huesos, para el mundo material denso, unos perfumes para todo lo que se puede respirar, simbolizando a su vez lo impalpable que son ciertas realidades imprescindibles a la vida, etc. Buscando y consiguiendo muchas veces que, a través de la relación simbólica establecida por el ritual, se obtenga el mismo efecto en las dimensiones reales del mundo.

La enumeración de todos los componentes utilizados por las prácticas mágicas para representar y ceñir el Universo dentro de un círculo simbólico, un pantáculo, requeriría una eternidad. Dicho sea de paso, que la palabra pantáculo nada tiene que ver con los pentáculos, con los cuales he podido constatar que se confunden casi siempre.

La palabra pantáculo viene del griego “panta” que quiere decir “todo” y tiende a representar la totalidad del Universo o del mundo, cuando el pentáculo escrito “P-E-N” viene de “penta”, que quiere decir cinco, simbolizado por la estrella de cinco puntas, y se refiere a las dos posibles posturas simbólicas del Hombre en relación al cielo, como símbolo de una realidad superior, más cercana a la fuerza creadora, o sea, cabeza abajo o cabeza arriba con todas las variantes descriptivas que se quiera dar a éste fenómeno.

El camino iniciático, en cuanto a él, tiende a una realización absolutamente diferente: procura extender la conciencia del imperante hasta los límites últimos, buscando el encuentro, la unión con el gran Todo.

Lo que sí es cierto es que, en los primeros pasos de estos dos caminos, los actos y las técnicas pueden parecerse, ya que, en ambas opciones, nos encontramos con el hecho de que, quien empieza el viaje, lo empieza desde la parte más densa de su realidad. Es sólo después cuando se definen los objetivos, las metas, que diferencian ya de manera definitiva las magias y los caminos iniciáticos.

La mejor manera de representar la zona en la cual estas dos vías se pueden confundir todavía, está probablemente en una anécdota atribuida a Krishna y Arjuna: Arjuna pedía permanentemente a Krishna que le abriese las puertas que lo llevarían hacia la realidad última. Un día que estaban de medio cuerpo en el río, procediendo a sus abluciones, Krishna agarró a Arjuna por los cabellos y le hundió la cabeza por debajo del agua. Al cabo de un momento, cuando Arjuna empezaba a ahogarse de verdad, Krishna le sacó la cabeza del agua y, apenas Arjuna había llegado a aspirar una bocanada de aire, lo volvió a sumergir. Repitió el proceso varias veces antes de dejar a Arjuna recuperar el aliento. Cuando éste volvió a respirar normalmente le preguntó:

– ¿En qué pensabas mientras estaba debajo del agua?

– Sólo quería poder respirar –contestó Arjuna.

Entonces, Krishna le dijo:

– Cuando pidas y necesites lo que siempre me vas preguntando con la misma intensidad con la cual querías respirar, te lo daré en el instante.

Hay dos caminos que permiten encontrar la unidad del espíritu, la condensación de la mente sobre un solo concepto y, como siempre en esta vida, tenemos libre opción para escoger el uno u el otro de estos caminos.

Uno está hecho de apertura y disponibilidad, de humildad y entusiasmo. No persigue ningún bien material, ni tiene como objetivo la admiración, el éxito, o el reconocimiento ajeno. Sus etapas, los pasos de su realización, son discretos y no precisan ceremoniales ni rituales de ningún tipo. Es el camino del alma, la vía del corazón.

El otro camino está hecho de esfuerzos en contra de la realidad en la cual se encuentra el mago, y de actos que intentan conseguir poderes o capacidades prohibidas a los demás. Está dirigido hacia la condensación cada vez más fuerte de lo proyectado y acaba en la materia más densa, alejándose cada vez mas de su origen luminoso. Su objetivo es el poder, que éste se ejercite sobre personas, o bien sobre hechos. La raíz de sus actuaciones es el intentar oponerse a lo que hay y obtener el control de lo que pasa, dentro y alrededor de cualquier vida.

La verdad es que sus resultados pueden ser, a veces, espectaculares y está bien lejos de mí la idea de negar la realidad de tales fenómenos. Lo único es que tienen al final un precio muy alto, ya que lo que se pone en algún sitio donde no tendría que estar, siempre se quita de otro, y esto se refleja tarde o temprano, sea en el cuerpo, sea en la vida de quien se atreve a practicar tales manipulaciones.

Evidentemente, estas prácticas se sitúan mucho más allá de las pantomimas, rozando el ridículo, a las cuales nos han habituado los medios de comunicación en el transcurso del último decenio. Estoy hablando de técnicas muy reales que surten efectos, diría que medibles, y que, por suerte, no son asequibles, así como así, al común de los mortales.

Con lo que acabo de decir no se ha tratado en absoluto de discriminar entre buenos y malos magos. La actividad de los brujos, abundantes todavía hoy día por doquier alrededor del planeta, refleja, cuando se encuentran dentro del marco de su propia cultura, un nivel de interacción con el mundo que, de muchas maneras, podría compararse a ciertas técnicas industriales cuyos secretos son celosamente guardados y protegidos por sus detentores.

De otro tipo, en fin, son los procedimientos y rituales de los shamanes auténticos. A este propósito, creo oportuno aclarar quién y lo que es realmente un shaman, para contrastar su realidad con los abusos que se hacen hoy día de esta denominación.

La palabra shaman viene de la raíz tunguso-mandchu “shamá”. Esta raíz semántica contiene la idea de movimiento que evoluciona en dos direcciones diferentes. Se refiere a la idea del baile de una parte, y al salto de otra parte. El shamanismo ha sido estudiado desde el siglo diecisiete en Asia Central y en Siberia. Posteriormente, se encontraron comportamientos idénticos en las tribus amerindias de América del Norte, en el sudeste asiático, en Australia, en Oceanía y en África del Norte.

El shaman es un iniciado, que pasa a veces pruebas extremadamente duras antes de llegar a acceder al estado de trance durante el cual ejerce su ministerio. Cumple el papel de médico en una sociedad en la cual sólo se dispone de escasos recursos terapéuticos. Es el intermediario entre los miembros de su tribu o de su clan y las fuerzas invisibles que moran en otras dimensiones, y rigen los destinos de los miembros de su tribu o de su clan.

Es, al mismo tiempo, el detentor de la memoria de su estirpe y el acompañante de los moribundos en sus últimos momentos. En su entorno cultural es un elemento vital para la supervivencia de su gente y, claro está, que esta descripción somera no se puede aplicar a los que hoy día se reclaman del shamanismo, cuando en realidad están inmersos en otras culturas, venidos de otras raíces culturales y además impregnados por otras herencias.

Esto no quiere decir que los que intentan realizar lo que llegan a saber de ciertos rituales shamánicos, empleando instrumentos de música, sonidos organizados, gritos, tambores con ritmos similares a los originales, saltos y danzas copiadas, en el mejor de los casos, de alguno de los escasos documentos de los cuales se puede disponer sobre estas prácticas. No hay duda, decía, que los que experimentan con estas técnicas y en estas condiciones, puedan llegar a tener algunas que otras experiencias susceptibles de cambiar sus vidas. Pero, cualquier comparación entre estas experiencias individuales y lo que de verdad es o fue el shamanismo, estaría fuera de lugar.

El shamanismo verdadero está en la encrucijada entre la vía del corazón, el camino silencioso hacia el gran Todo, y las técnicas auténticas dedicadas a intentar mejorar o paliar las condiciones, a veces muy duras, en las cuales viven los que rodean al que las usa. Que se trate de condiciones físicas (enfermedades, desastres naturales, dificultades de supervivencia o que se trate de desórdenes interiores que hacen peligrar el equilibrio humano del grupo en el cual se encuentran.

Para ilustrar este encuentro entre la transcendencia y los rituales emparentados a las magias que encontramos en el shamanismo, un excelente ejemplo es un ritual, practicado por los indios sioux de América del Norte, aún en nuestros días.

Se trata de un ritual que se practica en la logia de sudación. Concretamente, se trata de una ceremonia de purificación antes de una ceremonia destinada a abrir los ojos interiores de un aprendiz de shaman. El objetivo es el de permitir al futuro médico poder ver y captar los planos sutiles de la realidad.

Para realizar este ritual, se llevan seis piedras ardientes a la logia redonda. Una primera piedra se pone en el centro para simbolizar y representar el cielo como morada de las fuerzas sobrehumanas. Después, se ponen cuatro piedras más, una para cada dirección y, en fin, se vuelve a poner otra piedra en el centro de la logia para simbolizar la tierra.

Así se representa el global: el gran Todo, el local, la tierra sobre la cual vivimos, y el plan energético, que permite al local de estar dentro del global, las cuatro direcciones que hacen nacer al espacio.

Al poner en su lugar la última piedra, que simboliza la tierra, es el Universo entero que está evocado, haciendo que se encuentren simbólicamente presentes, no sólo el Universo, sino también todos los seres que en él viven, acompañados cada uno por sus poderes característicos.

Al finalizar esta puesta en orden, la logia se encuentra consagrada como centro sagrado. Ya es uno de los lugares elegidos por los cuales pasa el eje del mundo. Entonces, se enciende la pipa sagrada, el calumet, se ofrece al cielo, a la tierra y a las cuatro direcciones del mundo. Todos los presentes fuman del calumet y después corean mituyaké oyasin que significa: “todos somos parientes”. Después de esto, el shaman que preside la ceremonia dirige la palabra al cielo, diciéndole:

– ¡Mira! ¡Todo lo que se mueve en el Universo está aquí!

Todos repiten esta frase enseguida y el shaman empieza a rezar al gran espíritu: Wakan Tanka, el espíritu, el ser de los bisontes, mandando una voz hacia Él, con el fin de establecer un lazo especial entre el gran espíritu y el postulante que pidió la ceremonia de purificación. Dice:

– ¿A quién podríamos mandar una voz si no a ti Wakan Tanka, nuestro abuelo y nuestro padre? Él (en este momento dice el nombre del aspirante a médico), al ofrecerte esta pipa sagrada, te ofrece su cuerpo entero y toda su alma. ¡Oh, Wakan Tanka!, permita que este joven tenga padres y familia, que sea uno con los cuatro vientos, los cuatro poderes del mundo, que sea uno con la luz del alba, que comprenda su parentesco con todos los pueblos alados que están en el aire. Él pondrá sus pies en la tierra sagrada, encima de la montaña. ¡Quiera que allá arriba pueda recibir la sabiduría, sabiendo que Tú eres el único y que tu poder se extiende a todo el Universo!

Estamos muy lejos de los tristes rituales de coerción que abundan en los libros y grimorios de brujería. Se trata de una alianza: ¡todos somos familiares, mituyaké oyasin!, han dicho los asistentes frente a la representación de la totalidad del Universo que estaba en el centro de la logia. Es un parentesco con el gran Todo el que se funda en este momento.

Lo que empieza para el postulante es una existencia de entrega y de dedicación a todos los seres y las cosas en las cuales se manifiesta Wakan Tanka. Es el primer paso sobre un camino de transcendencia.

Entenderán fácilmente ahora que los contenidos de las palabras pronunciadas por este shaman en 1975 hayan sido muy diferentes para los indios que estaban presentes en la ceremonia y para nosotros. En nuestro caso, aunque podamos estar conmovidos por la emoción de este acto de entrega sagrada, las palabras empleadas no tienen raíces en nuestras almas, no hemos oído estas palabras, ni esta lengua, en nuestra niñez, no hemos construido nuestras primeras imágenes del mundo con las mismas referencias.

En último análisis estaría bien claro que, para alguien convencido de la realidad de las dimensiones espirituales de la experiencia humana, el hecho de haber nacido aquí y no allí obedece a una necesidad que escapa de momento a nuestra capacidad de entendimiento. Este hecho tiene un sentido profundo, no lo duden, aunque desconozcamos los pormenores que lo caracterizan.

Si hemos decidido nacer y vivir aquí donde nos encontramos ahora mismo, es que hay un motivo para que no hayamos nacido en otro lugar, que se parezca más a nuestros anhelos, y tenemos que acatar este hecho consumado, de la misma manera que los indios sioux participantes a esta ceremonia acataron la realidad de sus orígenes y de su herencia.


Secretos Esparcidos I (Cinta 2)

En la primera reflexión, les hablaba de un ritual shamánico, que se realizó en los años setenta en Estados Unidos. En el transcurso de esta ceremonia, una frase capital fue pronunciada: ¡todo lo que se mueve en el Universo está aquí!

Como siempre en los procesos de transcendencia, la totalidad está implicada, aunque, de manera evidente, estamos siempre hablando de lo que puede ser la experiencia personal de la realidad.

A este propósito, creo muy oportuno contaros lo que decía Einstein en 1938 en un libro sobre la evolución de las ideas en física, publicado en común con Leonard Infeld. En esta obra, Einstein dice que los conceptos físicos son unas creaciones libres del espíritu humano, y no son en absoluto como se podría pensar, únicamente determinados por el mundo exterior.

En el esfuerzo que hacemos para entender el mundo, nos parecemos un poco a un hombre que intentaría comprender el mecanismo de un reloj sellado. Él oye el tic tac, pero no tiene ninguna posibilidad de abrir el reloj. Si es lo bastante ingenioso, podrá llegar a tener una idea. Llegará a formarse una imagen del mecanismo probable que lo anima, y lo hará responsable de todo lo que puede constatar. Pero no tendrá nunca la certeza de que su imagen proyectada sea la única que pueda explicar lo que llega a observar. No estará nunca en una situación que le permita comparar esta imagen con el mecanismo.

Más aún, no podrá tampoco representarse el significado de tal comparación. A pesar de todo esto, estará seguramente convencido que, a medida que sus conocimientos irán creciendo, su imagen de la realidad se volverá cada vez más sencilla, explicando unos territorios cada vez más extendidos de sus percepciones sensibles.

De la misma manera, podrá también creer en la existencia de un límite ideal del conocimiento al cual puede llegar un espíritu humano. Podrá incluso llegar a nombrar este límite, llamando esta frontera ideal: ¡realidad objetiva!

¿Qué es lo que Einstein expresó en este razonamiento? Pues sencillamente que no es la naturaleza intrínseca del mundo, tal y como es, la que llega a determinar los conceptos que sostienen la realidad física, sino que ellos son unas creaciones libres del espíritu humano. Lo que hacemos, cuando reflexionamos sobre la naturaleza del Universo, o sobre lo que es, a fin de cuentas, nuestra propia experiencia vital, es hacer aparecer unas imágenes que fabricamos nosotros mismos para, gestionándolas, intentar ordenar, organizar, lo que son o fueron nuestras percepciones iniciales.

La imagen del mundo que llamamos exterior no puede ser comparada con un mundo que sería independiente de la imagen que nos hacemos de él. Finalmente, para poder hacer tal comparación, para poder enfrentar nuestra proyección subjetiva a la realidad objetiva de lo que está al origen de nuestras percepciones, haría falta que estas dos realidades, estos dos niveles de manifestación o captación, sean contemplados simultáneamente por algún observador que no hiciese parte, ni de la una, ni de la otra.

Frente a esta imposibilidad, la aventura del conocimiento depende de la convicción que se puede tener que, al ampliar la calidad y la cantidad de los saberes que acompañan el conocimiento, vayamos perdiendo y eliminando paulatinamente, una después de la otra, las imágenes que nos separan de la realidad intrínseca del Universo y del ser.

Este concepto expresado por Einstein, que citaba hace un instante, implica que el crecimiento del conocimiento vaya acompañado por una desaparición de los saberes especializados que lo hacen nacer.

Como si la ampliación cualitativa del conocimiento en sí resultase de un abandono progresivo de las imágenes mentales o espirituales que, al intentar discernir la realidad, consiguen finalmente oprimirla, ofuscarla, esconderla.

Esto se podría expresar diciendo que la evicción progresiva de las imágenes mentales permite restituir a la realidad su sencillez esencial, llegando progresivamente a lo que se podría llamar una verdad objetiva.

Una de las condiciones fundamentales necesarias para poder llegar a tal nivel de integración con la realidad absoluta, quiero hablar de un tipo de conciencia cósmica, será bien evidentemente una total neutralidad, tanto mental y afectiva como espiritual frente a lo que observamos, que se trate de la inmensidad del mundo y del cosmos, o que se trate de nuestra propia persona física o de nuestra identidad mental como ser consciente.

Esta condición plantea inmediatamente lo que va a ser la dimensión fundamental del trabajo que habrá que hacer: tendremos que enfrentarnos, limpiándolo totalmente, al conjunto de las ganas y los deseos, que plasman y definen las dos vertientes opuestas de nuestras relaciones iniciales con lo que vivimos: o sea, las cosas que nos gustan, y las que no queremos.

Esta problemática de las relaciones placenteras o insoportables es la que dibuja la primera separación, el primer desorden dentro de nuestra experiencia de la realidad.

Es necesaria una extrema vigilancia pasiva frente a esta oposición primaria, puesto que es el soporte inicial de todas las captaciones que podemos tener y de su clasificación, aceptación, o exclusión.

El mero hecho de empezar el largo camino hacia la transcendencia, nos lleva de otra parte a plantearnos unas cuantas preguntas sobre la naturaleza del Universo en el cual nos encontramos, y en el interior del cual haremos los primeros pasos de esta aventura de la conciencia.

Desde hace siglos, los místicos y visionarios, los primeros exploradores de estas dimensiones expandidas de la experiencia consciente, nos hablan de la ilusión. Los textos y testimonios a este propósito se cuentan a millares.

En nuestro orbe de civilización, el concepto de Maya como ilusión de las formas del mundo, esta hoy día tan difundido, aunque sospecho que poco comprendido, que puede muy bien servir de referencia inicial al razonamiento y a la meditación sobre estos temas, incluso si lo que se suele pensar de tal concepto sea, en realidad, muy alejado de su sentido y contenido inicial.

Ya hemos visto en el anterior capítulo cómo unos matemáticos, y, sobre todo, Emile Borel han llegado a formular las condiciones en las cuales existiría la posibilidad de que aparezca una sola célula viva con su correspondiente contenido y características neguentrópicas.

Pues bien, su respuesta fue que era imposible, y que por lo tanto existía una voluntad inteligente detrás de la aparición del vivo, bajo cualquier forma.

Es bien evidente que hablamos ahora de una conciencia en acción, ya que no se puede diferenciar, ni separar, la inteligencia de la conciencia. Llegados a este punto, nos tendremos que cuidar de no confundir el binomio conciencia-inteligencia con la racionalidad, o la lógica, tal y como las conocemos.

Razón y lógica han pasado, en los últimos tiempos, a ser un nuevo dios todopoderoso, en el nombre del cual se descartan, cuando no se inmolan, los que no comulgan con sus edictos y sus ideas.

Pero razón y lógica, tal y como las conocemos, no son, con toda probabilidad, tan absolutos como quisieran sus utilizadores. Es más que probable que existan otros modos de percibir y organizar en secuencias una realidad que, de todas maneras, no podemos confundir con sus descripciones.

Basta con pararse un momento a reflexionar sin prejuicios sobre la naturaleza del pensamiento lógico o racional, para constatar que depende directamente de nuestras nociones y captaciones del espacio y del tiempo. Si observamos un razonamiento cualquiera, podemos ver instantáneamente que siempre existen dos sistemas, dos organizaciones, que lo caracterizan: una sucesión que caracteriza la aparición de los conceptos; y un orden, una progresión causal, que encadena los conceptos los unos a los otros.

El principio de sucesión corresponde a la linealidad de lo enunciado, o sea que refleja históricamente la aparición de los conceptos: pertenece al tiempo.

La fuerza organizadora, en cuanto a ella, se ocupa de repartir y relacionar los conceptos una vez que hayan aparecido, y esta consiguientemente definida por el espacio. Este espacio que permite la correlación entre conceptos separados, siguiendo un plan dinámico de causas y consecuencias, es tanto el que ocupan u ocuparán las materializaciones o condensaciones de los conceptos, como el espacio en sí, que esté o no ocupado, y por lo tanto dinamizado.

A estos aspectos de lo observado y de lo pensado, hay ahora que añadir lo que son las características de lo existente y la manera en la cual están correlacionadas al concepto de Maya: la ilusión y también la gran reserva plástica, a través de la cual el pensamiento, la consciencia en acción, es susceptible de actividad creadora, modificando hasta la aparente realidad y las manifestaciones del Universo en el cual se encuentra.

En los últimos decenios, todos hemos oído hablar de los hologramas. Uno de los aspectos más importantes de los hologramas es la manera en la cual la información se encuentra almacenada en su estructura.

Si se rompe un holograma en pequeños pedazos y se amplía lo que hay en cualquiera de estos trozos, no se obtendrá una ampliación de la parte de la imagen holográfica a la cual correspondía, sino que se obtiene otra vez la imagen holográfica total.

En pocas palabras, si se rompe un holograma de un retrato, y se amplía la información contenida en el trozo donde veíamos por ejemplo la nariz, no se va a obtener una enorme nariz, sino que obtendremos otra vez el retrato completo.

Ahora bien, ya mencioné, citando a Albert Einstein, que el Universo en el cual nos encontramos, así como las leyes físicas a las cuales parece obedecer, son el fruto de un acto mental, un proceso movilizador de la conciencia que parece ser la única realidad. En los años sesenta, un neurocirujano americano, el doctor Karl Pribram, se interesó en la manera en la cual el cerebro almacena los datos que le llegan a través de los sentidos y, en general, de la experiencia sensorial, así como al almacenamiento de los procesos mentales y de las cadenas significativas empleadas por el pensamiento consciente. Muy rápidamente, llegó a la conclusión de que el almacenamiento era de tipo holográfico. Así nació la teoría de la naturaleza holográfica del cerebro.

Esta teoría, desde la época en la cual Karl Pribram formulaba su hipótesis por primera vez, ha sido comprobada experimentalmente a través de una infinidad de pruebas y parece resolver toda una serie de aparentes contradicciones entre lo observable y lo que las demás teorías sobre la estructura neuronal del pensamiento y la memoria permitían describir.

Según esta visión y las experiencias que fueron llevadas a cabo permitiendo constatar la validez de tal hipótesis, la totalidad de las adquisiciones psiconeuronales se encuentra bajo forma holográfica en todas y cada una de las aparentes localizaciones de sus lugares de condensación. Esto quiere decir que todo el contenido cerebral está presente en potencialidad en cada una de sus partes. Es el acto de movilización de la consciencia en acción lo que determina la aparición de un esquema general que pone en interrelación la totalidad del cerebro, en el momento en el cual un pensamiento se manifiesta o se condensa.

Ahora llegamos al momento álgido de estas reflexiones, ya que, como vivimos dentro de un Universo hecho de nuestras propias proyecciones mentales, ellas también son sometidas a esta estructuración holográfica. Esta constatación implica varias cosas. La primera es, sin lugar a dudas, el hecho de que, cada lugar del Universo en el cual estamos, se encuentra como colindante con todos los demás y que, además, la totalidad de la realidad del Universo está presente como potencial de realidad dentro de cada uno de sus componentes.

El segundo aspecto mayor que deriva de esta constatación es que, si todo el Universo está presente dentro de cada una de sus partes o de sus componentes, esto quiere decir que esta presencia latente puede manifestarse, o liberarse, o realizarse, a través de algún tipo de procedimiento.

Volveremos sobre estos dos aspectos dentro de un momento, pero antes hay que señalar otra de las consecuencias de tal situación. Para darse cuenta del problema al cual me refiero, basta con apreciar que, si el Universo en el cual vivimos es una proyección de nuestras conciencias, algo tiene que existir para permitir que todas estas proyecciones sean substancialmente idénticas.

Este argumento, que ha sido utilizado varias veces en los últimos años para arrebatar esta teoría, cae por sí solo, si se contempla la concepción de los campos morfogenéticos elaborada por Rupert Sheldrake. Según esta teoría, comprobada por toda una serie de experimentaciones llevadas a cabo en el transcurso de los últimos años, existe una relación dinámica constante entre las conciencias de todos los seres de una misma especie.

Este fenómeno parece válido en todos los casos y permite, por ejemplo, comprender, entre otras cosas, cómo pueden aparecer al mismo tiempo unas adaptaciones específicas a situaciones o problemáticas concretas, sin que haya existido ningún contacto entre los grupos de individuos en los cuales se encuentran los que manifiestan tales habilidades, o intuiciones referidas al comportamiento.

Esto tiene tanto que ver con los descubrimientos simultáneos, tan habituales en el campo de las ciencias aplicadas, como con la utilización de ciertos recursos alimenticios en poblaciones animales, o la capacidad de percibir unas imágenes escondidas dentro de unas presentaciones gráficas concretas.

Traté ampliamente, en otros títulos de estas colecciones, esta teoría y remito a los curiosos a estos trabajos, así como a los varios libros de Rupert Sheldrake publicados en castellano para profundizar sus conocimientos sobre este tema.

Volviendo a nuestras reflexiones, todo parece indicar que funcionamos simultáneamente siguiendo por lo menos dos sistemas organizativos diferentes. Uno es de tipo global y es el lugar a través del cual todas las opciones de interpretación, en el sentido musical, del Universo se acoplan a un esquema general. El otro es de tipo local y tiene que ver con la aceptación o el rechazo de las limitaciones aceptadas a través de la interacción general, incluyendo todas las gradaciones posibles entre estas dos posturas extremas.

O sea que estamos permanentemente delante de una doble elección: o bien se acepta la totalidad de los mandamientos del gran sentir, o del inconsciente colectivo, participando así en la aparente estabilidad del continuo en el cual nos encontramos, o bien se intenta acceder a la conciencia liberada que no acepta ninguno de estos pactos de fabricación del Universo.

En realidad, el examen de todo el material que nos han legado generaciones y generaciones de místicos y de exploradores del espíritu y de las realidades transcendentes, nos hacen captar que, una vez llegado a la liberación interior, el ser provisto de conciencia transcendente, o, si prefieren, el que alberga un pensamiento libre que le permite estar en contacto con la realidad en sí, tiene la inmensa libertad de focalizar su realidad en el nivel que más le convenga, sin que esto altere lo más mínimo la naturaleza de su conciencia.

Este aspecto de la transcendencia permite, entre muchas otras cosas, comprender cómo los seres que llegaron a este punto de fusión con el gran Todo, han podido manifestar unas aptitudes inimaginables de libertad frente a las fronteras e imposibilidades que definen y limitan el mundo físico. Es así como, al interesarnos por la historia, tanto de nuestra civilización como de cualquier otra de las que han aparecido dejando huellas en este planeta, descubriremos que nos hablan, todas, de místicos que levitan, que aparecen simultáneamente en varios lugares, que usan de manera patente una capacidad de visión a distancia, o la conciencia del futuro y del pasado.

La lista de las manifestaciones y hazañas increíbles de estos seres, relatadas por las crónicas al hilo de los siglos sería interminable: don de profecía, capacidades milagrosas y libertad absoluta frente a las limitaciones orgánicas o materiales son la norma, cuando uno se acerca a la relación histórica de lo que podemos saber de las vidas de tales seres.

¿Qué es lo que manifestaron estos seres de excepción?, ¿Cuáles son o fueron sus habilidades, y en qué medida manifiestan diferencias sustanciales o cualitativas con las nuestras? ¿O bien se trataría solo de mentiras, de una acumulación de falacias, de unas invenciones repetidas a lo largo de los siglos y en todos los lugares en los cuales el Hombre ha dejado la huella de su existencia?

Llegados a este punto, me gustaría hacer un inciso para dejar aclarada de una buena vez la controversia posible en cuanto a lo que acabo de mencionar. La abundancia de testimonios sobre los prodigios que se pudieron observar a lo largo de la historia, es de tal magnitud que es verdaderamente imposible negar la realidad de los hechos de los cuales nos están hablando.

Si llegáramos a tal extremo, habría al mismo tiempo que destruir la totalidad del legado histórico, ya que sólo sabemos de la historia de la especie humana, lo que nos queda a través de los testimonios, de los actos, y de los escritos, que han perdurado hasta nuestros días.

¿Como podríamos decidir que, cuando los comentaristas nos hablan de las discusiones y actuaciones de tal o tal rey, están diciendo la verdad, y que cuando nos comentan que toda la corte asistió a la levitación de un santo en una iglesia, o cuando se nos describe con todo un lujo de detalles cómo se realizó una transmutación, nos están mintiendo?

Este comentario no es gratuito, ya que casi a diario estamos enfrentados al enunciado de dictámenes emanados de una especie de tribunal perpetuo, que juzga sin tregua ni tolerancia, todas las cosas y todos los testimonios que, de una manera u otra, podrían hacernos dudar de la validez universal de los dictámenes del actual paradigma.

Estamos actualmente sometidos a la terrible presión de una nueva inquisición, una nueva y despiadada campaña destructora, dirigida en contra de todo lo que no está en conformidad con lo que pregonan los aparentes detentores del saber oficial. No dudo ni un solo segundo que la totalidad de los temas tratados en esta colección de reflexiones, estará sometida a todas las críticas ciegas y destructoras que son clásicas en los últimos decenios.

El tiempo de la inteligencia abierta, dedicada a la observación y a la meditación sobre la esencia de la vida y de la realidad, parece haber pasado al cajón de los recuerdos prohibidos. Basta con que un investigador, hasta ahora reconocido por las cúpulas del saber oficial, dedique su tiempo a buscar en una dirección no conforme con los dictámenes del poder que se intenta ejercer sobre las conciencias y las inteligencias, para que, inmediatamente, sea expulsado fuera de la institución en la cual se encontraba.

En el mismo instante en el cual alguna investigación hace tambalear la construcción, elaborada para sostener el paradigma reinante, se desencadena una serie de reacciones de destrucción, evicción y desacreditación dirigidas hacia quien se atrevió a dudar de lo que tan oficialmente se declara que es la verdad absoluta.

Las protestas en el nombre de la ciencia valen bien poco frente a esta marea de oscuridad que parece sumergir todos los intentos de ampliación de la conciencia del Universo. Ya no se cuentan los directores de tesis o los encargados de investigaciones, que han sido echados de sus puestos por haber osado interesarse en algo que no era científicamente correcto.

Hasta en los niveles más rudimentarios de difusión de la información, se está abusando de expresiones como: ¡científicamente demostrado, o bien probado y averiguado por científicos! Los que se sirven de estas locuciones para evitar cualquier discusión potencial acerca de sus afirmaciones, están en realidad utilizando unos procedimientos de manipulación de los hechos, que no hubieran renegado los más obsesivos y perversos de los inquisidores que mancharon la historia humana con las huellas sangrientas de sus actos.

Tampoco basta con decir que uno que acaba de cometer un crimen contra el espíritu, era convencido de obrar por el bien de algún otro, o bien que creía que eso era la manera justa de proceder. Ninguna excusa puede nunca sustituir a los hechos que intenta hacer perdonar.

No os pido entrar en rebelión continua. Tampoco estoy esperando que alguien siguiese ciegamente una u otra presentación del Universo y del Hombre. Mi única esperanza es que escuchen todo y que tomen el tiempo de pensar y meditar, de verdad, hasta que encuentren el punto interior desde el cual podrán contemplar con serenidad, y sin pasiones egóticas, la inmensidad del Universo y la inmensidad de los potenciales de la conciencia.

Cuídense de las prisas en el momento de examinar cualquier cosa de la realidad universal. Que se trate de algo material y denso o de algo sutil e imperceptible. Que se trate de algo que se puede medir y pesar o de algo que solo se puede sentir o intuir.

Imagínense qué situación sería la de un hombre perdido en una isla desierta faltándole fuego y que cortaría a trozos un mechero en un intento de comprender cómo funciona. En el momento en el cual, suponiendo que estuviese provisto de una inteligencia sintética superior, llegara a entender cómo funcionaba el mechero que acaba de destrozar, sólo le quedaría un montón de pedazos absolutamente inutilizables.

Esta situación aberrante es, sin embargo, aquella en la cual estamos todos inmersos, en la persecución ciega de lo que queremos que sea la verdad.

Después de este primer cassette, nos vamos a dedicar a examinar, uno por uno, una parte de los infinitos aspectos de la realidad universal, intentando no destruir lo que tenemos delante en el intento de acercarnos.

No se trata de ninguna exposición teórica, hecha con el fin de afirmar algún tipo de preeminencia sobre otras lecturas. Tampoco estoy defendiendo una escuela, ni una teoría general. Sólo pido que se observe, sin pasión, todo lo que tenemos a nuestro alcance, en un intento honesto por captar, de la manera más limpia y respetuosa, lo que constituye la esencia de nuestras experiencias vitales.


Secretos Esparcidos II

Hola. Vamos ahora a preocuparnos de quiénes somos y de cómo es el aparato que nos va a permitir emprender el camino hacia la transcendencia. Para esto nos preocuparemos de nuestra realidad como especie y de nuestro cerebro como conjunto orgánico que permite la experiencia y soporta la conciencia. Esto no presume de las conclusiones que, como lo verán, serán objeto de otras reflexiones.

Todos hemos oído hablar de la evolución, del proceso que va del mono al Hombre. Nos han enseñado que descendemos del mono y que el mono en sí es un producto de la evolución de la naturaleza, lo cual evidentemente facilita el paso a todos los conceptos que intentan reducir el proceso fantástico de la conciencia a una especie de subproducto de la complejificación de lo que es el ser vivo.

Con Teilhard de Chardin, habría que volver a decir y pensar que la Naturaleza sube hacia el Hombre, lo mismo que el Hombre sube hacia otra conciencia probablemente albergada en algo tan diferente de nosotros como podemos serlo de un paramecio.

Una sencilla observación hace que, cuando miramos los hechos y la realidad de manera sencilla, llana, nos demos cuenta de que los intentos de explicación son una especie de construcciones aberrantes, ya que se parecen mucho a lo que llegaría a hacer un Hombre que, intentando construir una torre, lo hiciera desde dentro, acabando encerrándose dentro de las paredes que acaba de levantar. Quiero decir que, el intentar explicar lo complejo por lo sencillo, o el todo por sus partes, llega a un absurdo.

Porque, al final, cogiendo una imagen: si alguien nos regalara en una caja un chip y todos los elementos de un ordenador, con los hilos y el hierro de soldar, es bastante evidente que el conjunto de esos elementos dentro de la caja, esto no sería el ordenador. De hecho, para que fuera efectivamente un ordenador, faltaría lo fundamental: saber cómo hacer las conexiones, o sea, el cableado. Faltaría conocer cómo se relacionan entre sí estas partes que tenemos delante de nosotros.

Lo cual quiere decir que no basta tener este instrumento prodigioso que es el cerebro, como no basta tener la caja de los elementos del ordenador para tener el ordenador, lo que hace falta es el plan. El famoso plan rector, el sistema que, uniendo elementos aparentemente separados, llega a hacer aparecer un conjunto muchísimo mayor que lo que era la suma de sus partes. De todas maneras, el mero hecho de haber empezado esta grabación, pone de manifiesto la complejidad del fenómeno.

Acabo de extender el brazo y de mover los dedos para empujar la tecla última que permite empezar este proceso de grabación en el cual estamos. Así que en el momento en el que lo he hecho, he contraído y soltado al mismo tiempo casi 50 músculos, de manera simultánea, y en un orden muy concreto y preciso, con la precisión de la centésima de segundo o más. Porque es evidente que, si llega una orden de flexión, antes de que haya otra para provocar la relajación de los extensores, no sería posible tener ningún movimiento coherente. O sea que se trata de un programa de una precisión magna.

Evidentemente, se podría dibujar todo el proceso bajo la forma de un plan establecido por un ingeniero o un mecánico, reproduciendo todo el proceso. Estoy totalmente de acuerdo.

Pero la pregunta fundamental está en otro lugar. Volvemos a la época en la cual he aprendido a alargar el brazo y mover los dedos, con el programa neuromuscular correspondiente que permite hacerlo. ¿Cuándo y cómo fue?

La respuesta parece muy evidente: cuando era niño y actuando como un niño. Cada uno puede ver y constatar por sí mismo cómo los movimientos muy aproximativos del bebé, cogen poco a poco más seguridad y más precisión. Pero, diciendo esto, no se contesta tampoco a la pregunta: lo que se aprende y lo que yo he aprendido, también, durante mi niñez fue cómo alargar el brazo y los dedos, o sea, cómo usarlos, ¡pero en absoluto cómo servirme o utilizar conscientemente el programa correspondiente!, y menos aún conocer este programa de verdad y desde dentro.

En otras palabras, cualquier primitivo –que aún quedan unos cuantos en este planeta en el que vivimos– que ignora total y radicalmente, porque nunca ha oído hablar ni de nervios o de músculos o de programa, pues, también él, mueve el brazo con mucha precisión e igual de bien que un premio Nobel de Fisiología.

Entonces, ¿qué es lo que ha puesto en marcha este programa al cual no tenemos acceso? La respuesta es: la Voluntad. ¡Bien! ¡Vale! Aceptemos que sea esta famosa fuerza de la cual tanto se habla y de la cual tan poco se sabe.

La Voluntad. ¿Cómo se la podría definir en este caso? Si no es como una característica, o una propiedad de nuestras células nerviosas que pueden actuar sobre los nervios mismos y los músculos, pero no de una manera casual, porque encima de esto, parece que puede programar.

Además, hay otra característica de esta fuerza voluntaria y tan sumamente eficaz: es que es inconsciente. O sea que no conocemos absolutamente nada de su desencadenamiento, ya que, efectivamente, parece universalmente repartida en la Naturaleza, o por lo menos en todos los animales, porque si no, no podrían moverse si no la poseyeran.

Ya sé que todo esto no es ningún descubrimiento magno, pero me pregunto si, por casualidad, todos sois conscientes de que la voluntad es programadora, quiero decir que puede poner en orden un programa magno, a la vez que su mecanismo es inconsciente.

Aquí pasa algo bastante importante que es que no nos demos cuenta de que usamos un aparato prodigioso susceptible de interacción con el mundo exterior, ¡este lugar al final tan misterioso en el cual nos encontramos! Un aparato que usamos sin saber cómo lo hacemos, sin tener idea de qué manera hemos llegado a tener la posibilidad de hacerlo.

Si miráramos como un gigantesco ordenador esta capacidad de programación, la pregunta llegaría a ser de preguntarnos si el ordenador es consciente de los programas, a veces inimaginables, de complejidad que tiene dentro de él. Probablemente no. Salvo si alguien, o algo, consciente puso el programa dentro de este mismo ordenador. Evidentemente, esto nos va a llevar a un punto en el cual tendremos que plantearnos el problema fundamental, que es el de la fe.

Es una palabra que recela dentro de ella muchos más misterios de los que habitualmente se piensan. En efecto, la palabra española, para empezar desde cero el razonamiento, viene del latín Fides, el cual a su vez es una traducción del griego Pistis, que es a su vez una traducción y adaptación de un conjunto que, en hebreo, se escribía Emunah del verbo Aman, que quiere decir: estar seguro de la verdad.

Si concebimos que la fe es una certeza, estamos haciendo un contrasentido porque la fe, en el lenguaje común, con sus cargos y significados, ¡no es una certeza! Al revés: la fe, en nuestra mentalidad, casi se opone a un conocimiento racional que demostraría de manera inequívoca la validez de la cosa de la cual se habla, cuando se trata en realidad de un concepto totalmente diferente. Estamos frente a la certeza de que hay algo ¡sin saber qué! ¿Es este algo? ¿Cómo es este algo? Y sin llegar de ninguna manera a describir de qué va.

Cada vez que Vd. dice: ¡tengo fe en que...!, ¡confío en que...!, está hablando de manera indirecta de esta constante presencia que nos acompaña permanentemente a lo largo de toda nuestra vida.

Esto pasa sin que seamos conscientes o inconscientes. Se trata de una energía organizadora que viene plasmada a lo largo de miles y miles de años, y en todos los lugares del planeta, bajo la forma más sensible de lo que hemos llegado a hacer entrar dentro del concepto de divinidad.

El enfrentarse al problema del ateísmo o de la Fe en los límites que acabo de intentar dibujar, no puede ser de ninguna manera el tema rector de este tipo de reflexiones, pero tendremos que llegar a un punto de humildad que sea, por lo menos suficiente, como para darnos cuenta que usamos recursos de los cuales no sabemos prácticamente nada.

De una manera que no conocemos, usamos un cuerpo, una máquina fantástica de la cual ignoramos los engranajes íntimos. Estoy hablando ahora de estos secretos que escapan tanto al microscopio como al escalpelo del fisiólogo. Tenemos que plantearnos la verdadera pregunta, que es: ¿de dónde viene que podamos actuar sobre este cuerpo, y a través de él, actuar sobre el Mundo y el Universo, ignorando todo de los mecanismos que ponemos en marcha?

Para actuar no es necesario saber cómo poner en función los engranajes de la acción: ¡basta quererlo!, y el cuerpo material, la materia en general, la naturaleza, casi inmediatamente se pone a la orden. He dicho Naturaleza, pero ahí hay otra cosa: también nosotros y cada uno, cada uno de por sí, dentro del secreto de su conciencia, es la Naturaleza.

Ya que la información viene cambiando casi a diario el panorama del conocimiento disponible, nos estamos enfrentando constantemente a una evolución, pero esta evolución del conocimiento y de la conciencia del Universo se encuentra en realidad dentro de un proceso muy diferente de lo que parecía.

Todo lo que está en juego y que os pido conservar en la mente, es que estamos exactamente en la situación de alguien a quien se hubiera dado el mapa de algo en algún lugar, y que utilizaría este mapa en muchos sitios diferentes, ya que, como no habría nombres en el mapa, no sabría a qué lugar en concreto se aplica y qué territorio está descrito en ella. La verdad es que es el mapa de un tesoro. Y que, si se observan con humildad y modestia los datos que nos viene proporcionando, no duden que llegaremos a encontrar el tesoro. Y este tesoro, no lo dudéis, estará hecho de lo que somos nosotros mismos, de toda eternidad.

Para poder hablar del cerebro, el instrumento que vamos a usar e intentar comprender ahora, el sistema que nos permitirá acceder al tesoro de la conciencia abierta, creo que será oportuno recordar unos cuantos datos sobre sus aspectos más materiales y conocidos.

Desde el momento en el cual la primera célula se dividió en dos y empezó a reproducirse en la lejanía de la larga, muy larga, trayectoria orgánica, de la cual cada uno de nosotros es uno de los fines momentáneos. Desde el momento en el cual esta primera célula se dividió en dos, la Vida no ha muerto.

Las etapas que caracterizaron las sucesivas especializaciones del sistema nervioso de las formas vivas, se reproducen en cada ser vivo, subiendo desde el inicio de su phyllum particular hasta el nivel de especialización en el cual se encuentra. La cadena de la vida no se ha roto en ningún momento, ya que estamos aquí.

Dentro de cada uno de nuestros actos, de nuestras sensaciones, de nuestras emociones delante del mundo y sus manifestaciones, están presentes también unas reacciones similares que tuvieron lugar en otros tiempos, como pudo ser la emoción de una forma primitiva que vivía dentro del mar durante una situación peligrosa, o la emoción, o el descubrimiento sensorial inimaginable que fue el que acompañó el primer paso del elemento líquido hacia las playas del mar primordial en los primeros anfibios. Cada vez que tenemos una postura frente a una situación de la vida, podemos sin demasiados esfuerzos reconocer, dentro de lo que parece ser únicamente nuestro comportamiento que hemos heredado una buena parte del mismo.

Es como si nuestra madre y nuestro padre hablasen a través de nosotros, y sus abuelos y abuelas propios, y así subiendo a lo largo de miles de generaciones. Si se hiciera el trabajo de captación de estas voces tenues que nos llegan desde la inmensidad, encontraríamos que todos tenemos en común una gran parte de estas voces arcaicas.

Es bien evidente que por cada millar o millón de personas que se suman a los seres vivos incluidos en la humanidad, no aumenta la cantidad de abuelos que estaban presentes en el año mil o en el cien antes de J.C. Esto quiere decir que, cuantos más seamos, más cercanos estaremos los unos de los otros, en lo que tiene que ver con las tendencias de comportamiento y percepción que heredamos.

Para volver al tema del instrumento prodigioso del cerebro, hay que recordar que el primer vertebrado, provisto de un cerebro, que haya existido en la faz del planeta, data de unos 450 millones de años. A lo largo de los cambios que se sucedieron en los organismos vivos desde entonces, lo que es hoy nuestro cerebro tuvo la necesidad y la ocasión de cambiar y adaptarse, especializándose en función de las variaciones del entorno en el cual se encontraba.

El cerebro parece haber evolucionado repitiendo y replicando las estructuras anteriores que lo caracterizaban. Todo ocurre como si cada paso evolutivo hubiese comenzado volviendo al inicio común del proceso entero. Reproduciendo a cada vez las secuencias significativas de las funciones anteriores o antiguas.

Para cada uno de nosotros, se encuentran inscritos, dentro de nuestro cerebro, de una manera material, uno al lado del otro, los cerebros que representan la historia que va desde el invertebrado más primitivo, la historia del pez o de los peces, del pájaro, del mamífero, el de los primeros hombres, y el de las generaciones que nos separan de ellos.

Estos cerebros, arcaicos, estas formas adaptadas en su tiempo al entorno en el cual se encontraban, no han dejado de funcionar, no han dejado de tener una actuación y siguen estando presentes y siendo partes activas dentro de lo que es nuestra gestión dinámica y energética de la información y de la captación del Universo.

Son como palabras del gran diálogo que, desde siempre, los sistemas perceptivos tienen establecidos, y mejorando sin parar, con el resto de la creación, el resto del Universo.

En lo que toca a lo que somos y seremos, para entender cómo es y cómo aparece el cerebro, hay que ponerse a los inicios de las multiplicaciones celulares que corresponden a lo que pasa después de que el óvulo humano haya sido fecundado.

Al cabo de unos días, en los cuales las células se dividen en 2, 4, 6, 8, 16, 32, 64, etc., llega un momento en el cual la bola celular que es este embrión que sigue creciendo, llega a una fase de transformación en la cual pasa a ser una bola hueca.

En este momento, aparece la primera diferencia entre lo que es el interior y lo que es el exterior. En la división siguiente aparecen dos aperturas, dos agujeros. Así se empieza a perfilar lo que acabará siendo todo el sistema de transmisión del Universo a través del organismo mediante los órganos de ingestión y transformación de los elementos.

En las etapas siguientes, la parte externa, la membrana la más superficial que acabará dando lo que es la piel, presenta un pliegue que, poco a poco, se ahueca formando un tubo que se cierra, y se adentra, se aísla, se separa cada vez más de las estructuras celulares de la superficie. Este tubo acabará siendo el tubo neural, el cual a través de sus transformaciones dará nacimiento a todo el sistema nervioso central.

Es en este momento en que la extremidad anterior del tubo neural empieza a engrosarse, haciendo una pequeña hinchazón que acabará siendo el cerebro. Lo que no hay que perder de vista, en esta etapa de nuestras reflexiones, es que existe una conexión directa, fundamental, entre lo que es la piel, la interfaz que nos relaciona y nos separa al mismo tiempo del resto del Universo, y el sistema nervioso central con su especialización magna: el cerebro.

El cerebro –que será el final de la evolución del tubo neural, que ya se ha definido, y se ira definiendo más en las etapas de su crecimiento, adquiriendo sus especificaciones– se va a dividir desde delante hacia atrás, en proencéfalo, mesencéfalo, y romboencéfalo; proencéfalo por delante, mesoéncefalo, en el medio, y romboencéfalo.

Después de esto, hay, de nuevo, otra subdivisión de los llamados cerebros primitivos, los cerebros iniciales. El primero, que es el telencéfalo, dará con el diencéfalo lo que serán el tálamo, la hipófisis y el hipotálamo. El segundo no se modificará substancial-mente, sino que, al crecer, hará aparecer unos pedúnculos cerebrales. El último dará el mesencéfalo, que formará más tarde la protuberancia anular, el cerebelo y el mielencéfalo, que dará a su vez el bulbo y la médula.

Cada una de estas partes que acabo de mencionar por encima, seguirá evidente-mente dividiéndose, especializándose, y acabará siendo una especie de gigantesca ramificación de zonas específicas.

Si tomamos un cerebro y materializamos un corte para ver lo que hay ahí dentro, haciéndolo por la parte mediana, se podría observar desde fuera hacia dentro, primero la parte externa, lo que se llama el córtex, que está hecho de una substancia más bien gris, que está llena de pequeños pliegues, de fisuras, de protuberancias, y que es la zona la más evolucionada del cerebro. Representa una capa de unos pocos milímetros y se pueden distinguir en este córtex unas cuantas zonas características: zona frontal, parietal, temporal, occipital, cada una nombrada en función del hueso del cráneo que la recubre.

Más en profundidad encontraremos el córtex insular y el córtex límbico, la sustancia blanca que encontraremos por debajo de esta capa cortical, es blanca y está hecha de axones. Los axones son lo que da su sentido a la célula nerviosa, ya que, de la célula nerviosa, salen unas prolongaciones o axones que forman los nervios y las conexiones interiores del cerebro.

Estos axones se agrupan en haces que van en todas las direcciones: las unas van a relacionar, a conectar, los dos hemisferios, el derecho y el izquierdo, y son las comisuras de la cual el cuerpo caloso es el más importante. Las demás, que son unos haces de asociación, permiten conectar las áreas corticales anteriores y posteriores con la corona radiante, y permiten los intercambios con el córtex estando, además de esto, en conexión directa con la cápsula interna que pasa entre unos cuantos conglomerados individualizados de substancia gris o núcleos grises centrales, como son el núcleo caudado, el núcleo lenticular, etc. Además, existen también, en medio, unos huecos que son los ventrículos laterales, dentro de los cuales circula y se encuentra el líquido cefalorraquídeo.

Hay que notar la importancia del cuerpo caloso: es el que asegura la transmisión, la conexión entre los dos cerebros, los dos hemisferios cerebrales. Es el sistema de transmisión más grande, más gigante que se pueda imaginar.

Para que tengan una idea, en la actualidad, la red telefónica utiliza unos cables eficaces, pero nada se podría parecer –ni de lejos– a lo que es el cuerpo caloso. Ya que, justo para dar unos límites, imagínese que corresponde a unos 600 millones de fibras en un corte de una superficie de menos de diez centímetros cuadrados. Evidentemente, todavía faltan muchísimas investigaciones para llegar a poder saber de manera clara qué es exactamente, cómo funciona, qué papel juega finalmente dentro de lo que puede representar la diferencia entre salud y alteraciones mentales que cuenten con un origen orgánico.

De todas maneras, las especializaciones que existen y pueden identificar la corteza externa del cerebro, no son privativas del Hombre. Es decir, que encontramos también unas cuantas especializaciones comunes con otras especies animales; o sea, que es bien evidente que la pulsión fundamental de conciencia, como expresión del aparato nervioso en nuestra humanidad, está en común con muchas otras especies animales.

Los tres cerebros, las tres etapas que hemos heredado, serían el cerebro antiguo, el de los reptiles, de la tortuga o la lagartija, que se encuentra en la parte superior del tronco cerebral y tiene que ver con el saber ancestral. El cerebro paleomamiliano o sistema límbico, el cual se encuentra alrededor del precedente y es común con los mamíferos y lleva las capacidades de adaptación. En fin, encontramos el neocórtex, es el cerebro más reciente, el que nos caracteriza. Este cerebro rodea el anterior, y se encuentra en todos los primates.

Esta herencia es la que hizo decir a Paul Mac Lean que: “cuando un psicoanalista trata a un paciente, está tratando con un grupo constituido ¡de un hombre, un caballo y un cocodrilo…!”

Volviendo a nuestras reflexiones, lo que parece ser característico del cerebro humano son zonas que tienen que ver con el raciocinio, con el ejercicio de la razón, la capacidad de tener una actividad mental conceptual, una imaginación creativa, la intuición, y otras facultades raras y todavía muy poco conocidas de la mente humana.

En cuanto a lo que son las relaciones que existen entre los diferentes cerebros, las diferentes capas de estas células cerebrales y los estados de conciencia, hay una infinidad de datos que tendremos que poner en juego; dentro de ellos, se puede pensar, por ejemplo, a las experiencias transcendentales que todas las religiones y las grandes escuelas iniciáticas nos comunican; por ejemplo, este estado de paz que sobrepasa a toda inteligencia, como decía San Pablo.

Resumiendo, se trata de los estados alterados de la conciencia que ya son más conocidos, debido a la proliferación de las prácticas mentales y espirituales que derivan de la divulgación de muchísimas escuelas de transcendencia, con sus correspondientes estados alterados de conciencia, como puede ser el satori de los Buddhistas que practican el Zen o bien el Raja Yoga, con la experiencia de esta substancia extraña que es el amrita: la bebida de los dioses, la ambrosía, que nace en el fondo de la garganta, haciéndonos pensar en una conexión directa con una actividad especial y específica de la hipófisis y, probablemente, también del hipotálamo.

Las experiencias extáticas que abundan en todos los lugares, en todas las épocas, todas las situaciones transcendentes que dan paso a la iluminación, permiten acceder a unos reinos nuevos, unas zonas más espirituales que físicas, que procuran a los que llegan hasta allí sensaciones y experiencia de luz deslumbrante y de compenetración total con el Universo.

Seguiremos en las próximas reflexiones esta vía de investigación, intentando acercarnos cada vez más a la puerta magna que nos llevará hasta las puertas de la conciencia iluminada.

© André Malby.




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Fuentes:
Rafael Pineda

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