Título: Homo Novo y Humanidad del Tercer Milenio
Autor: André Malby
Medio de publicación: Conferencia en Sevilla
Fecha de publicación: 1986
Autor: André Malby
Medio de publicación: Conferencia en Sevilla
Fecha de publicación: 1986
Este texto reúne el contenido de una conferencia impartida por André Malby en Sevilla, en el año 1986. Un maremágnum de conocimientos científicos y místicos muy difícil de sintetizar, teniendo en cuenta la multidimensionalidad discursiva de la que André siempre hacía gala.
Como en otros escritos, nos encontramos en este texto a un André que vuelve a incidir en la necesidad de reconciliar ciencia y misticismo para obtener respuesta a todas las grandes preguntas de la humanidad. ¿Cómo funciona el universo? ¿Por qué estamos aquí? ¿Es la realidad como creíamos o es sólo un constructo limitado por la perspectiva humana? ¿Es el ser humano capaz de desarrollar habilidades superiores?
Sustentándose sobre las investigaciones de científicos como Weinberg, Fermi, Louis Kervran, Costa de Beauregard, Evan Walker, Jack Serfatti, e incluso el famoso Schrödinger, entre otros, André traza una coherencia entre los nuevos descubrimientos de la ciencia y su ya conocida hipótesis holística sobre el universo, que postula que todos estamos conectados y formamos parte de una realidad superior.
Una delicia de escrito que, no sólo nos aporta una enorme cantidad de conocimientos específicos, sino que también nos sumerge en el eje de las inquietudes de André Malby y en la dirección que seguían sus investigaciones.
Homo Novo y Humanidad del Tercer Milenio
Conferencia en Sevilla 1986
Conferencia en Sevilla 1986
Esperando que ninguna opinión o conocimiento específico pueda perturbar la posible recepción de lo que quiero exponer, os ruego considerar lo que voy a decir como una licencia poética o un sueño sobre un posible.
No hay libertad sin conciencia y el hombre está hoy confrontado con una doble necesidad: hacer de su espíritu el instrumento de su libertad y, de sus actos, el paso para la libertad de los demás. Sólo habrá un hombre libre cuando todos lo sean, pero también, si uno lo fuera, todos también lo serían.
La historia de la humanidad se compone de la historia del endurecimiento de las barreras y fronteras que impiden a los seres existir en compenetración recíproca. En la época histórica de la trayectoria humana es probable que existieran aún interpretaciones vitales de las cuales ninguna ecología puede hoy darnos una idea. De este alud de interacciones y de esta cultura de la pasión sólo nos queda una nostalgia arquetípica.
El yo, no sólo es un otro, sino que es también todos los otros. De la misma manera que el individuo orgánico no está limitado a lo que conocemos por ahora de él, hay que esperar que la utilización –de momento torpe– del maravilloso aparato neural del cual disponemos desembocará sobre una integración consciente y activa al cosmos del cual somos cada uno para sí y todos al mismo tiempo, parte integrante.
A la máquina fisicoquímica y al ser viviendo en el universal, será necesario dar, como lo dice Jonas Salk, nuevas formas de educación científica y cultural, y así, según las opciones que se escojan, su porvenir en este planeta será más corto o más largo que su pasado.
Esta conquista del yo y de la libertad es lo que me propongo intentar evocar aquí. La edad de oro como planificación de los caminos de la plenitud, implica la aparición de una infinidad de interacciones interindividuales, así como necesita la integración activa al universo que, de momento, parece rodear o sitiarnos.
Cuando los lejanos antepasados del hombre todavía no eran más que protocordeos, la progresión se efectuaba en la dirección del eje más largo del cuerpo con el fin de encontrar el mínimo de oposición del mundo exterior. Del hecho mismo de esta dinámica, la parte anterior se encontraba permanentemente proyectada dentro de medios nuevos y/o diferentes. Es ahí, con toda probabilidad, que empieza el largo proceso de cefalización del cual somos, de momento, la etapa final.
La disimetría nacida del movimiento conllevó así por necesidad la concentración de los instrumentos de apreciación del medio que habían pasado a ser aptos para diferenciar y utilizar los elementos y las condiciones encontrados.
La especialización así empezada desemboca sobre la elaboración de una estructura neural de doble “feedback”, o sea: de una parte, un conjunto reactivo centralizado y, de otra parte, una extensión periférica capaz de almacenar la información diferenciándola y, posteriormente, en su otro aspecto dinámico, de fomentar los comportamientos respondiendo a los datos así integrados.
Hay que notar que esos protocordeos, de los cuales nos queda un ejemplo con el fósil viviente que es el anfioxus de la bahía de Nápoles, vivían en una interfase. La zona de contacto entre el medio marino en formación y el fondo oceánico aún no saturado de calcio. Se aclarará este punto más adelante cuando hablaré de los trabajos del profesor Louis Kervran sobre las transmutaciones biológicas de baja energía. Debido a esta situación específica se puede asimilar la naturaleza de estos desplazamientos con la conquista de un espacio bidimensional característico de esta etapa inicial de la elaboración neural.
Las fases sucesivas de la filogénesis pasan inicialmente por una conquista del volumen. Los peces arcaicos descubren y viven la tercera dimensión del medio acuático en el mar abierto. Cuando empieza la fase siguiente, los primeros anfibios se adelantan en tierra firme fuera del agua, entonces sus cuerpos acostumbrados a una ecuación volumen-peso específica de la inmersión, tienen que adaptar su naturaleza a lo que pasará a ser su destino. Al conquistar la segunda interfase aire/agua, su sistema neural, anteriormente condicionado por los desplazamientos angulares necesarios a la sobrevivencia en el medio acuático, debe fomentar una nueva especificidad.
Es el momento en el cual se forma y se determina el paleocerebro del cual nuestro sistema límbico es el descendiente. La adecuación necesaria a unas condiciones nuevas con una amplitud de variaciones infinitamente mayor que en el medio precedente, hace aparecer una función de adaptación al mundo que pasa por la frecuencia sensorial más saturada y solicitada: la vista; esto, en la medida en la cual ya tienen que integrar datos más lejanos en el espacio en el momento de planear los actos vitales. El protoojo frontal reptiliano del cual proviene nuestra epífisis no sólo va a contestar a las variaciones de intensidad del campo luminoso, sino que se esboza una capacidad bioquímica que será, más tarde, de vital importancia al momento en el cual los primeros mamíferos tendrán que adaptarse nuevamente para sobrevivir a las glaciaciones. La 5-hidroxi-triptamina, que fue este vehículo, ha pasado a ser en nuestros días la demasiado famosa sustancia del estrés y, con toda probabilidad también, como lo comentaré posteriormente, un agente decisivo para la aparición de múltiples fenomenologías de sobrevivencia, como en esos casos innumerables en los cuales alrededor de un ser humano en fase de inadaptación o de peligro físico o moral, la sustancia del mundo se encuentra aparentemente desviada de sus estructuras habituales. Objetos, muebles, a veces incluso unas pesadas piedras, se mueven, aparecen perturbaciones electromagnéticas suficientes como para, en un caso reciente en Alemania, alterar todos los sistemas eléctricos de los alrededores. Numerosos científicos entre los cuales el profesor Hans Bender y el doctor Jean Barry que habló esta mañana, se han preocupado investigando a fondo estas fenomenologías.
Volviendo a nuestro tema. Cuando este mamífero que fuimos se levanta y comienza a conquistar esta otra interfase que apenas empezamos a vislumbrar: el espacio vertical, la vieja pulsión de cefalización sigue por inercia y literalmente, lo que pasará a ser nuestro cerebro, ¡nos cae encima! El desarrollo de los lóbulos frontales y prefrontales, así como la complejificación cortical envuelve y engulle el paleocerebro que, desde ahí en adelante, se encuentra desensorializado, empieza a reaccionar a informaciones interiores. Al comenzar a utilizar su maravillosa máquina neural, el hombre se pone a pensar y, sobretodo, a pensarse a sí mismo. Las emociones y los sentimientos se intercambian con los comportamientos haciendo nacer nuevas formas de los sistemas ancestrales de sobrevivencia, adaptándoles a este antimedio que representa el interior del ser rodeado por sí mismo.
Antes de proseguir, volvamos al momento en el cual los primeros conjuntos vivos empiezan a habitar el planeta. Nos es conocido que la estructura del globo terráqueo integra tres grandes zonas: el sial o silicio-alúmina, el sima o silicio-magnesio y el nife o níquel-hierro. La relación entre la vida en este planeta y unas cuantas sustancias no incluidas en estas condensaciones me parece por lo menos algo de interés. Es así que estos colaterales del vivo que son el calcio, el fósforo, el sodio, el potasio, el oxígeno, el azufre, el nitrógeno, el carbono, por citar algunos, parecen estar estrechamente relacionados con una serie de fenómenos intranucleares específicos de las organizaciones vivas. El científico francés Louis Kervran, del cual hablaba al inicio, dedicó prácticamente su vida a esta temática: las transmutaciones biológicas de baja energía. Pienso que desde los primeros instantes de duplicación molecular en la primera sopa vital del planeta y hasta nosotros, la vida siempre ha sido capaz de transformar a la medida de sus necesidades en el inicio, de manera más explosiva posteriormente, los elementos que la rodeaban.
Es ahora necesario explorar este problema y sus implicaciones teóricas para poder formular nuestras conclusiones.
Al final del siglo XVIII, el famoso Vauquelin realizaba una serie de experimentos que están al origen de la teoría de la cual hablo. Procedió a la cría de gallinas, controlando sistemáticamente todos los aportes materiales que recibían; después, recogiendo los huevos y los desechos de estas mismas gallinas, así como sus cadáveres, hizo unos análisis sistemáticos. El resultado asombroso de esta primera serie de experimentos fue que aparecía más calcio bajo forma de carbonatos y fosfatos que el que había sido recibido o aportado. Al mismo tiempo, desaparecía una cierta cantidad de silicio, pero las cantidades de componentes no eran equiparables. La conclusión de Vauquelin dice: «Quoiqu'il en soit, il n'est pas moins certain qu'une somme considérable de chaux tant à l'état de carbonate qu'à l'état de phosphate, s'est formée dans les organes de la poule, et qu'une certaine quantité de silice a disparu». Planteaba también el interrogante de la desaparición del fósforo, puesto que el calcio estaba absorbido bajo forma de esteres fosforados como la fitina y otros. ¿Dónde pasó la diferencia? Era la pregunta formulada, entre otras, por esta experimentación que, a pesar de la llamada hecha entonces para unas investigaciones sistemáticas, se queda prácticamente única en su tipo hasta nuestros días, a excepción de los trabajos de Louis Kervran que manifiestan, sin posible equivocación, la existencia del fenómeno de transmutación a todos los niveles de la vida.
Estas transmutaciones están producidas mediante la captación de hidrógeno, de helio, a veces de oxígeno y también en una infinidad de combinaciones interatómicas. Al evidenciar este hecho, el problema mayor que se planteó fue el de la puesta en fallo no sólo del principio de Einstein y Langevin sobre la equivalencia masa-energía, sino también del de Lavoisier. Citando al eminente físico Costa de Beauregard: «O bien estáis haciendo física nuclear y, con unas energías emitidas o absorbidas del orden de diez o cien megaelectronvoltios, no pasarán desapercibidas, habrá una plétora de fotones gamma, de neutrones, sin hablar del resto, ¿y cómo podrá sobrevivir un ser vivo en medio de este ciclón cósmico? O bien habláis de esas reacciones suaves, controlables con facilidad y convenientes para los seres vivos, entonces las energías puestas en juego serán del orden del electronvoltio y, como consecuencia, estaréis haciendo química clásica que implica la conservación de los elementos».
Desde la constatación de esta aparente imposibilidad, la hipótesis de las corrientes neutras de Weinberg ha sido confirmada y, el postulado enunciado por Fermi de la existencia de una partícula elusiva de interacciones débiles con la materia, o sea, el neutrino, está hoy sobradamente comprobado.
La hipótesis emitida por Costa de Beauregard permite entender cómo la energía liberada en las reacciones exotérmicas y la absorbida en las reacciones endotérmicas puede pasar desapercibida. Todo ocurre, dice Costa de Beauregard, como si esta energía estuviera disponible. «Las irradiaciones cósmicas son una fuente y un pozo de energía omnipresente y, de manera general, totalmente oculta. Pero en su límite superior, todavía desconocido y ciertamente superior al Beta electronvoltio o billón de electronvoltio por partícula, estamos ampliamente por encima del mínimo y máximo necesario para poder dar cuenta del efecto Kervran».
De otra parte, desde la comprobación de la hipótesis de Weinberg sobre las corrientes neutras, es posible escribir y concebir unos términos de interacción cuántica del tipo siguiente: protón A más neutrino A, da o está dado, protón B más neutrino B, o bien protón A, da o está dado, protón B más neutrino A más antineutrino. Hasta incluso se pueden formular relaciones implicando el mesón mu y su neutrino correspondiente, en vez del electrón en escrituras del tipo: neutrón da protón más electrón más antineutrino, etc…
Refiriéndome libremente otra vez a Costa de Beauregard, hay que notar el hecho de que, si una sola partícula oculta es emitida o absorbida en una reacción del tipo Kervran, la conservación del momento angular le impone tener un espín entero en unidades de Espin H sobre dos pi y, teniendo en cuenta que el neutrino es una partícula de espín uno sobre dos, él obedece a la estadística de Fermi, en la cual el número de ocupaciones de un estado puede ser cero por un estado vacío, o uno por un estado ocupado una vez. A cada temperatura diferenciada T, sabiendo que la temperatura del Cosmos es del orden de tres grados Kelvin, habrá un lago de Fermi de estados ocupados de energía inferior a tres T veces la constante de Boltsmann sobre dos, y un vacío de estados desocupados de energía superior. La debilidad intrínseca de la constante de acoplamiento de Fermi en el caso de la emisión de un neutrino o de un antineutrino de alta energía, está ampliamente compensada por la cifra enorme de estados accesibles. El otro problema planteado estaba constituido por el paso de un protón a través de la barrera de potencial de uno de los dos núcleos atómicos implicados en un efecto Kervran. Esta nueva imposibilidad se encuentra hoy eliminada por el conocimiento del efecto túnel que “lo permite energéticamente”.
Volviendo ahora al experimento de Vauquelin, repetido y ampliado por Kervran, el caso de una gallina produciendo calcio con un núcleo de potasio treinta y nueve diez y nueve más un hidrógeno uno-uno, consiguiendo por transmutación un calcio cuarenta veinte por ejemplo, la síntesis de calcio por transmutación viene a ser del orden de dos coma cinco miligramos por día, o sea, diez a la potencia diez y siete átomos de calcio por segundo, lo que daría a la distancia de diez metros de la gallina un flujo de neutrinos de diez megaelectronvoltios, o sea, diez potencia catorce por centímetro cuadrado y por segundo, siendo este resultado totalmente comparable al específico del flujo de neutrinos existente dentro de la atmósfera terrestre debido a los rayos cósmicos. Pero si la irradiación correspondiente al efecto Kervran en el caso de la gallina fuera emitida clásicamente bajo forma de fotones, ésta representaría en energía diez a la potencia quince megaelectronvoltios por centímetro cuadrado y por segundo, o sea, ciento sesenta watios por centímetro cuadrado, lo que haría de nuestra gallina un animal muy peligroso. Sin embargo, las gallinas ponen huevos sin achicharrarnos mientras siguen imperturbablemente fabricando dos coma cinco miligramos de calcio por día.
El aspecto fascinante de la teoría de Costa de Beauregard radica en el hecho que está basada sobre la información cuántica y que, a fin de cuentas, postula que la vida es esencialmente psíquica y juega, de una manera extremadamente sutil, en la solución de menor resistencia en los dos sentidos de la transición reversible neguentropía información, información neguentropía, aprovechándose, de una parte, de una fuente caliente gigantesca con los neutrinos de mediana energía en la atmósfera, por ejemplo, y de otra parte, de una inmensa reserva fría con el lago de Fermi de los neutrinos de muy baja energía.
No obstante, parece que la descripción real del fenómeno implica, según Louis Kervran, la presencia física de una enzima y de un vector intermedio que, en el caso precedentemente evocado de la transmutación de potasio en calcio mediante el aporte de un protón hidrógeno, se leería potasio más hidrógeno mediante un bosón neutro y, en presencia de una enzima, da un calcio más un neutrino. Apuntamos al paso que la palabra Bosón designa cualquier partícula que obedece a la ley estadística de Bose-Einstein.
Louis Kervran, al prolongar su hipótesis, llega a la conclusión que el lugar selectivo de las transformaciones internucleares en el hombre se encuentra en el paleocerebro del cual hablaba al inicio, y más concretamente en el rinencéfalo que es la parte la más antigua del aparato neural humano. Creo oportuno en este punto del razonamiento recordar unos cuantos datos sobre el sistema límbico.
Está limitado por las circunvoluciones del hipocampo y del cuerpo caloso, por las areas septalis y el gyrus cingular que rodea las formaciones interhemisféricas y circunscribe la circunvolución intralímbica. El bulbo olfativo está conectado a la amígdala cerebelosa y al septum, esos a su vez conectados con la epífisis por el trígono, la habénula, el hipotálamo, las estrías terminales, las medulares y el gyrus dentatus. La epífisis misma está derivada de las células ependimiarias del techo del tercer ventrículo cerebral, está constituida por células neurogliales e inervada por fibras simpáticas post-ganglionares que vienen del ganglio cervical superior. En lo que toca a nuestro tema, el aspecto más importante de las relaciones aferentes y eferentes del sistema límbico con el complejo habenulo peduncular radica en la naturaleza de los fenómenos bioquímicos y fisicoquímicos correspondiendo a la actividad epifisaria.
La epífisis posee, y es un fenómeno único, una enzima, la hidroxi-indol-orto-metil-transferasa que transforma la serotonina en cuatro hidroxi-cinco-metoxi-N-acetil-triptamina o melatonina, que actúa como antagónica de la hormona melano estimulante OMSH y está, probablemente, relacionada con el MIF o “melanotrope inhibing factor” hipotalámico. Además, posee una acción antigonadotrófica inhibiendo la liberación de los “releasing factors”. La epífisis contiene noradrenalina, histamina, acetilcolina y, de suprema importancia desde nuestro punto de vista, una enorme cantidad de fósforo, yodo, calcio y magnesio; estos dos últimos presentes bajo forma de quistes y concreciones que parecen elaborarse en el transcurso del crecimiento del ser humano, al mismo tiempo que la epífisis en formación está invadida por tejidos septales conectivos y placas gliales.
Como lo mencioné precedentemente, el aspecto más característico de la epífisis tiene su origen en la filogénesis del paleocerebro, y depende aparentemente del nivel ambiente de irradiación. En efecto, no hay nada que permita limitar a la estrecha porción visible del espectro electromagnético el o los agentes inhibidores o desencadenantes de la fenomenología pineal. Sabemos que la luz y el sentido de la visión afectan a la excreción de noradrenalina, pero no se conocen fotoreceptores característicos conectados con la actividad epifisaria. A lo máximo, parece ser que la luz azul tiene una acción sobre la síntesis de la hidroxi-indol-orto-metil-transferasa.
Para resumirnos antes de proseguir, los elementos de los cuales disponemos manifiestan la existencia de transmutaciones biológicas de baja energía que implican la presencia simultánea de una enzima y de un flujo de vectores neutros Bosones Weaks positivos, negativos, o incluso otras partículas elusivas. Esos elementos se relacionan en una dirección de investigación fascinante: el cerebro humano sería capaz de utilizar la gigantesca reserva energética de los lagos de Fermi de alta y baja energía a través de esta maravillosa máquina neural que constituye el sistema límbico, paleocerebro desensorializado por el crecimiento cortical y del cual pienso que es la clave del homo novo del tercer milenio.
En los planteamientos que he intentado hacer, he debido seguir una metodología que respetaba las causas locales y considera la naturaleza de los fenómenos observados bajo el prisma de las partículas. Es necesario ahora señalar la existencia de otro sistema descriptivo.
Todo comienza con la experiencia de Tomas Young, al inicio del siglo XIX, que permite apreciar la existencia de zonas de interferencias de gradientes de iluminación diferenciados cuando se hace pasar un haz de luz a través de dos hendiduras. Este efecto es atribuido al fenómeno de difracción, pero resulta que, cuando se emplea solamente una hendidura, un fotón determinado escogido como representación unitaria del experimento, llega a una zona que hubiera sido negra si la otra hendidura hubiese estado abierta. Cosa que implica una pregunta fundamental: «Cómo puede el fotón “saber” que la otra hendidura no está abierta?». En efecto, si las dos hendiduras están abiertas, existen zonas alternativas de luz y oscuridad, lo que significa que hay zonas en las cuales no llega jamás ningún fotón. Y, si sólo hay una hendidura abierta, no hay interferencias y todas las zonas se iluminan, incluyendo las que corresponden a las franjas oscuras de las interferencias. Cuando mandamos un fotón por una de estas dos hendiduras, ¿cómo puede saber si la otra está abierta o cerrada?
Las reflexiones sobre este problema llevaron, por ejemplo, al físico Evan Walker a escribir en el n° 7 de 1970 de “Mathematical Bioscience” la frase siguiente: «La consciencia puede ser asociada a todos los procesos de la mecánica cuántica, puesto que todo lo que ocurre es, en definitiva, el resultado de uno o diversos aspectos de la misma mecánica cuántica. El universo está habitado por un número casi ilimitado de entidades discretas que son responsables del trabajo detallado del cosmos». Se acepte o no lo que declara Evan Walker, queda, a pesar de todo, el hecho de que la fenomenología particular implica un tratamiento de la información y un comportamiento resultante de este proceso. Nos encontramos, entonces, ante el hecho de que, en la realidad particular, algo es orgánico y esto en la medida en la cual los comportamientos que resultan del tratamiento de las informaciones se oponen a la degradación del sistema universal. Esta transmisión que escapa a la limitación de la velocidad de la luz, como lo muestra el experimento anterior, quiere decir que la neguentropía es susceptible de interacciones antes de que los soportes materiales de los fenómenos observados puedan ser modificados en otra dirección.
La dualidad ondas-partículas que nace de las dos lecturas posibles del experimento, llevó a Einstein a especular sobre las ondas fantasmas, que son entidades matemáticas sin existencia real. Bohr, Kramers y Later sugirieron que esas ondas eran ondas de probabilidades concebidas como “una tendencia hacia algo”, discrepando así de manera muy clara de las leyes de las probabilidades. Heisenberg escribía en “Physics and Philosophy”: «Esto significa una tendencia hacia algo. Una versión cuantitativa del antiguo concepto de potencias de la filosofía aristotélica. Esto introduce algo que está presente, erguido en el centro entre la idea de un hecho y el hecho real, una forma extraña de realidad física, exactamente en medio, entre la posibilidad y la realidad». Así, como lo dice Garyl Zukav: «La física se encontró tratando modelos de energía orgánica».
Sin querer adentrarme en los pormenores, creo útil mencionar la tesis de Einstein, Podolsky y Rosen sobre la descripción incompleta de la realidad física a través de la mecánica cuántica, y su contrapunto con el teorema de Bell. En 1935, Einstein, Podolsky y Rosen considerando el paso de un haz de electrones de espín aleatorio a través del campo específico del aparato de Stern Gerlach, éste se encuentra dividido en dos haces de dimensiones idénticas compuestas de electrones cuyo espín está orientado hacia arriba en uno de los haces y hacia abajo en el otro. Se supone que, después de haber diferenciado el haz fortuito inicial y, por lo tanto, haber hecho aparecer los dos haces anteriormente citados, se tratan únicamente dos partículas. Al mandar una de ellas a través del campo, se obtendrá un espín específico hacia arriba o hacia abajo; en este caso, se sabrá que la otra partícula tendrá el espín hacia abajo, si la primera lo tenía hacia arriba, y viceversa.
El modelo utilizado para el razonamiento que sigue, es el del físico David Bohm. En efecto, Einstein, Podolsky y Rosen trataban momentos y posiciones y no estados de espín. Si movemos el eje del aparato de Stern Gerlach mientras se desplazan las partículas, de tal manera que la partícula A tenga un espín hacia la izquierda en vez de hacia arriba, por ejemplo, la partícula B tendrá un espín hacia la derecha en vez de hacia abajo. En otras palabras, lo que hagamos en la zona A, afectará a lo que pasa en la zona B. Este extraño fenómeno conocido como efecto EPR, resultante de la experiencia teórica de Einstein, Podolsky y Rosen, llevaba a pensar que era posible transferir supralumínicamente la información. Esta conexión supralumínica, negada por Einstein en nombre del principio de las causas locales, le obligó a postular la existencia simultánea de tantos estados de espín, en términos de momentos y posiciones, como fueran necesarios y, posteriormente, considerando que la mecánica cuántica era incapaz de describir un tal estado, había que considerarla como incompleta.
No obstante, y es ahí donde se encuentra el nudo del problema, las predicciones de la mecánica cuántica son siempre acertadas. El teorema de Bell enunciado por primera vez en 1964, y ampliamente desarrollado desde entonces, subraya los aspectos irracionales de los fenómenos subatómicos y la disparidad constante entre la realidad y lo que nuestro sentido común parece dictarnos. Este teorema, basado sobre la correlación entre pares particulares, demuestra que el principio de las causas locales es matemáticamente incompatible con el hecho de que las predicciones de la mecánica cuántica estén convalidadas. Ahora bien, en 1972, John Clauser y Stuart Freedman realizaron en el laboratorio de Laurence Berkeley un experimento que confirma la validez de las predicciones estadísticas sobre las cuales está basado el teorema de Bell. Este experimento, que utilizaba unos tubos fotomultiplicadores y unos polizadores, no llegaba a demostrar la existencia de comunicaciones supralumínicas, a pesar de hacer evidentes las correlaciones interparticulares. Es al físico Jack Serfatti al que pertenece el haber diferenciado los aspectos siguientes: en el experimento de Stuart Freedman, las partículas son separadas espacialmente de un lado y son conectadas de otra parte, pero no mediante señales que implicarían una lectura contradictoria de los datos de la física. Jack Serfatti formuló entonces la teoría de la transmisión superlumínica de neguentropía sin señales, según la cual no se desplaza nada de una partícula hacia la otra y, en consecuencia, la correlación pertenece a un orden superior de coexistencia. De hecho, es probable que este concepto esté relacionado con el de la indivisibilidad de acción del quanta de Planck, que implica que los saltos del quantum entre diferentes estados de un sistema tienen que ser discretos. Todo pasó como si el sistema observado lo fuera bajo forma de estados, o sea, sin que un sistema de quantas pase jamás a través de una serie continua de estados intermedios en ninguno de los cambios observables.
Una de las consecuencias de este dato es que, entre otras cosas, el tiempo como factor sólo existe localmente y que el global es atemporal o distemporal. La segunda implicación pone en juego la ecuación de ondas de Schrödinger, que da cuenta de la total posibilidad simultánea de desarrollo de todas las variantes, y esto hasta el momento del salto cuántico, en el cual se produce un verdadero colapso de la función. Sin embargo, John Wheeler y Neil Graham y Hugh Everett, en el número tres del volumen 29 de la “Reviews of Modern Physics” proclaman que la función de ondas de Schrödinger es real, todas las posibilidades que representa son reales, todas existen, y la mecánica cuántica es sólo una de las posibilidades contenidas dentro de la ecuación de ondas de un sistema observado, realizándose para el que lo observa. Lo que subraya, una vez más, la interacción entre el universo y la conciencia que lo observa. La teoría de Everett, Wheeler y Graham, cuando dice que todas las posibilidades se realizan, dice también, como consecuencia, que determinan cada una un universo coincidente al nuestro.
A la pregunta que hay que hacer y que es: «¿Quién está presente en estos universos?», la respuesta es “nosotros mismos”. En el momento del colapso de la función de ondas de Schrödinger, según Everett, Wheeler y Graham, el universo se divide en dos y constituye entonces dos ramas diferentes y para siempre diferenciadas de una realidad común. A este propósito y, sin querer tocar el tema de las profecías, premoniciones o previsiones reales, cabe decir que el encuentro explosivo del concepto de libre albedrío con el del superdeterminismo, así descrito e implicado por los trabajos de Everett, Wheeler y Graham, se resuelve constatando que, de hecho, el libre albedrío como elección y decisión, sólo se ejerce sobre y dentro del abanico de los posibles, y que la cohabitación permanente de todas las variantes del ser lo amplía en vez de reducirlo.
Se trata ahora de organizar los datos que resultan de los hechos expuestos, con el fin de poder extraer de los mismos una estrategia de libertad y de crecimiento para el ser encaminado hacia sí mismo.
Todo parece indicar que las etapas siguientes del desarrollo humano no pasarán por una aumentación del volumen cortical sino por una utilización consciente y voluntaria de las zonas bloqueadas o inhibidas momentáneamente por las necesidades de evolución, de variación o de adaptaciones anteriores. Quiero hablar del paleocerebro y más concretamente de la zona talámica y epifisaria, que parecen ser, en el caso de la humanidad, el lugar de aparición de fenómenos de condensación y conversión de neutrinos en electrones o incluso en partículas elementales específicas a través y, gracias a las cuales, se producen unas transmutaciones biológicas que tiendo personalmente a considerar como unos exutorios energéticos a unas relaciones preexistentes entre la conciencia, su intermediario biológico y la totalidad del universo.
Parece también que existe en los seres vivos un nivel de complejidad más allá del cual serían capaces de reducir y condensar los paquetes de ondas descritos por la ecuación de Schrödinger. Un experimento hecho por el investigador americano Schmidt llega incluso a demostrar que un mamífero, en este caso concreto, un gato, es capaz de actuar sobre un generador aleatorio de energía térmica basado sobre la radioactividad y, como consecuencia, de actuar reduciendo los paquetes de ondas de Schrödinger en una dirección que le es más favorable.
Esta facultad de reducir los paquetes de ondas ha sido descrita por Bernard d’Espagnet, recogiendo las tesis de Wignes como una intersubjetividad. Este concepto es prodigiosamente importante en la medida en que, no sólo conecta a todos los seres humanos dentro de la humanidad, sino también todos los phyllums dentro de la biomasa y más lejos dentro del universo.
Desde hace siglos y, más concretamente, desde la primera mitad del nuestro, miles de observaciones han sido hechas que hacen inútiles e irrisorias las discusiones sobre la existencia o la inexistencia de la fenomenología llamada paranormal. Yo creo que nos encontramos en la orilla de un océano de conocimientos hasta ahora insospechados y, aunque yo rechazo totalmente la palabra parasicología, demasiado cargada de charlatanismos y de mentiras, pienso que no hay investigación más vital para la humanidad que la que está destinada a comprender y utilizar las interacciones biofísicas voluntarias que implican la apropiación y el aprendizaje del aparato neural humano.
La inconsciencia y la dependencia son las dos paredes que tendremos que destruir en la búsqueda de la libertad. El conocimiento y la integración consciente a la realidad del cosmos en su totalidad implican participar en la lucha contra la degradación global del universo, cumpliendo así el viejo deseo proyectado por el hombre en marcha hacia las zonas superiores de su ser.
Yo no soy físico, ni bioquímico, ni anatomista, pero estoy convencido de que el futuro de la ciencia, como el futuro del hombre, estará realizado y hecho por equipos interdisciplinarios al inicio y grupos poliorgánicos posteriormente si, como lo espero, no dejamos pasar nuestra suerte. La facultad fundamental de la humanidad, si queremos que haya un tercer milenio, será la empatía en su sentido más alto, con todo lo que implica de responsabilidad planetaria e individual.
Las propuestas que voy a hacer ahora de direcciones de investigaciones pueden ser consideradas como los sueños de barcos de un niño contemplando el mar. Creo que debemos reintroducir la imaginación dentro del conocimiento y hacer uso de la ciencia como el camino que hay que recorrer para poder cambiar un sitio por otro. Creo que la humanidad manifiesta actualmente una subida brutal del deseo de existir, una “SpannungsBogen”, una tensión curva acumulada en espera de su liberación. Somos y seremos responsables de todo lo que pasará a todos los seres de este planeta y nadie puede escapar a este espanto o a esta maravilla. Creo que la humanidad es un solo ser inconsciente de su globalidad, lo mismo que estoy convencido de que es la vida que ha hecho la tierra habitable y que la biomasa sigue imperturbablemente su tarea de terraformación. Tendremos que reintroducir la conciencia en el universo de los comportamientos instintivos. ¿Cómo y con qué metodologías podremos llegar a esto? La respuesta está dentro de los resultados de experimentos e investigaciones y trabajos que nos quedan por hacer. En efecto, se destaca de los puntos que he subrayado y de una infinidad de otras investigaciones y trabajos, que es vital averiguar y llegar a controlar estas fenomenologías que implican, no sólo la gigantesca intercomunicación de la intersubjetividad de Bernard d’Espagnet, sino también la posibilidad de explicar ciertos fenómenos a través de la existencia de dos dinámicas temporales de signos opuestos que permiten, sea actuar en el pasado, sea establecer un puente entre dos estados diferenciados: presente-futuro o presente-pasado, incluso establecer un nexo entre dos estados caracterizados por dos haces de ondas diferenciados en lo que toca a la materia, y esto en la medida en la cual todo elemento material, todo objeto, no es más que una colección de paquetes de ondas. Desde este punto de vista, hay que recalcar que los fenómenos de los cuales acabo de hablar pueden llamarse precognición, psicokinesis o telepatía, todos estos fenómenos integrándose perfectamente a las descripciones fisicomatemáticas del universo.
Me limitaré ahora a proponer algunas ideas nacidas de los datos precedentemente expuestos. Por ejemplo, teniendo en cuenta las relaciones entre la actividad epifisaria y el cociente de irradiación ambiental, ¿no sería concebible buscar y encontrar la colaboración de ciegos accidentales, o sea, que posean un bagaje memorizado de percepciones visuales y, haciéndolos vivir sea en la oscuridad total, sea dentro de ambientes de frecuencias totalmente controladas, proceder a unas series de experimentaciones repetitivas sobre recepción y captación extrasensorial, apuntando las variaciones de resultados significativos en función de los medios caracterizados en los cuales se encontrarían? De la misma manera, sería muy interesante reproducir la experiencia de Clamser Freedman, o cualquier experiencia afín, añadiendo de manera repetitiva unos ensayos de interacción voluntaria de parte de uno o varios experimentadores, procediendo al mismo tiempo a unos controles sistemáticos de los niveles de hidroxi-indol-orto-metil-transferasa, de serotonina, de melatonina, simultáneamente con una estimación de las cantidades de calcio, yodo, fósforo, magnesio susceptibles de aparecer o desplazarse. Por qué no utilizar los extraordinarios recursos actuales de la imaginería médica utilizando una cámara gamma, o incluso una instalación como la del centro federal físico técnico de Berlín, que dispone de una cámara magnética perfectamente aislada que permite realizar, sin distorsión alguna, unos magneto-encefalogramas que dan cuenta de la fenomenología profunda del cerebro humano, se podría igualmente marcar con elementos trazadores las sustancias susceptibles de transmutaciones.
Otra vía sería la de una experimentación utilizando una pareja constituida por un agente humano y un animal de laboratorio, o un ente vegetal como los micromicetas utilizados en los experimentos llevados a cabo por el doctor Jean Barry, pero procediendo sistemáticamente a una dosificación fina de las sustancias potencialmente transmutables. Una dirección suplementaria, que sería una variante de la precedente, consistiría en reproducir los experimentos de Cleve Baxter, por todos conocidos, procediendo posteriormente a la misma averiguación en lo que toca a los elementos aparecidos o desaparecidos por transmutación. El hincapié que hago en los fenómenos de transmutación es debido a que son, a mi parecer, un epifenómeno que acompaña la manipulación hasta ahora inconsciente de los paquetes de ondas de Schrödinger, al mismo tiempo que permiten la aparición de los electrones que acompañan las reacciones del tipo neutrón da protón más electrón más antineutrino. A este propósito, quiero decir que estoy convencido de la posibilidad de transmutaciones de tipo alquímico, así como pienso que, en este caso, el fenómeno, al estar acompañado de una probable transmutación inversa de las concreciones epifisarias, provocaría un rejuvenecimiento del operador al devolverle una epífisis no alterada ni inhibida. Y me es particularmente grato decir esto en Sevilla siendo ésta la provincia de la cual se dice que era oriundo y en la cual se refugió el célebre Fulcanelli, buscado al final de la Segunda Guerra Mundial por todos los servicios de inteligencia. Cerrando este paréntesis, volvemos a las series experimentales de las cuales hablaba. Estas series tendrían que desembocar sobre dos grandes hechos: de una parte, la determinación de las condiciones necesarias a la aparición de interacciones biofísicas voluntarias y, de otra parte, la elaboración de un sistema de medidas que permitiría estimar en cantidad y calidad las fenomenologías observadas, así como podría servir a la detección y a la selección de los sujetos más aptos a desarrollar esas facultades que, a pesar de ser inherentes a la naturaleza humana, se encuentran, como todas las cualidades específicas, desigualmente desarrolladas o potenciadas según los individuos.
Posteriormente será necesario determinar de la manera más fina posible cuáles son las vías bioquímicas anatómicas y biofísicas de inhibición o de exaltación de estas capacidades. Las posibilidades de experimentaciones repetitivas, procediendo a ablaciones parciales, inhibiciones artificiales o aporte de sustancias externas estimulantes que, probablemente, como la serotonina, incluirían un núcleo indol, es otra puerta abierta sobre el conocimiento de los mecanismos reales de las interacciones voluntarias. Teniendo en cuenta un punto fundamental: hasta ahora la investigación y las observaciones han sido focalizadas sobre los aspectos espectaculares sensorialmente reconocibles, cuando estoy convencido de que existe una infinidad de fenómenos discretos medibles y cuantificables que pasan de manera continua sin que, por inatención o desinterés, los tengamos en cuenta. Puede ser que incluso sea posible pensar que la Europa de la investigación y del conocimiento llegase a materializar esas trayectorias que, probablemente, pueden llevarnos hasta nosotros mismos y hacia el universo, por fin libres, porque conscientes…
La edad de oro será la edad de la conciencia y de la interacción de todos con todos. En efecto, hay que darse cuenta de que, lo que da toda su importancia al ser humano dentro de la biomasa, está totalmente determinado por la existencia del pensamiento. Si es, fuera de dudas, que la totalidad del vivo está en permanente intercomunicación, existe una formidable diferencia. Los organismos no pensantes comunican lo que son y, de hecho, la dinámica es la de la complicidad de lo que hay en el momento que comuniquen. O sea, lo que es transmitido y recibido es una situación. El hombre, en cuanto a él, es capaz de transmitir todo esto y, además, de manipular datos simbólicos que son o que corresponden a unos estados que han sido o que serán. En esta dirección me parece evidente que las modalidades de la adquisición de un cerebro complejo, caracterizado por sus ritmos, su diversificación, sus ciclos de actividad y descanso, sus posibilidades de interacciones biofísicas voluntarias, es sin ninguna duda lo que nos permitirá controlar y utilizar los diversos niveles de aparición y manifestación de la empatía que, a la escala de la especie humana, será ciertamente como ya lo dije, la facultad fundamental del tercer milenio si queremos que haya uno. El advenimiento de la era informática es, en este sentido, una aproximación momentánea a la apertura recíproca del ser y de los seres a todos los de su especie inicialmente y, a través de ella, a la integridad de la biomasa planetaria posteriormente. En efecto, si el hombre no está limitado al contenido por las fronteras reforzadas de lo que cree ser, es vital asumir plenamente y conscientemente lo que Jonas Salk dice del medio, o sea: «En el caso de las criaturas vivas, el medio tiene que ser considerado como formando parte del mismo organismo, cada criatura viva posee un medio interno y un medio externo, que son partes integrantes de su propia sustancia».
Así la edad de oro llegará a través de la inmensa capacidad de conectar conscientemente las ideas y las cosas entre ellas. Este poder interior de la conciencia y de la inteligencia pide ser explotado al máximo si queremos sobrevivir a nuestros propios desechos. Por esto la edad de oro y la supervivencia de la humanidad implican ambos el derecho y el deber de llegar a la conciencia, la inteligencia, la felicidad y resultan de la apertura y de la integración recíproca. Quiero concluir con la esperanza de que no se trate de un sueño y de que todo esto llegará un día a realizarse para cada uno y para todos al mismo tiempo.
André Malby.
Crespià, 1986.
Descargar "Homo Novo y Humanidad del Tercer Milenio", de André Malby
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Fuentes:
Rafael Pineda
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