Entrevista al Señor Malva - André Malby y Rolf Kesselring

Entrevista al Señor Malva, André Malby y Rolf Kesselring

Título: Entrevista al Señor Malva
Autores:  y
Medio de publicación: Libro «Alchimie, un rêve d'éternité»
Fecha de publicación: 
Idioma original: Francés

Esta entrevista se encuentra al final del libro de Rolf Kesselring «Alchimie, un rêve d'éternité» (Alquimia, un sueño de eternidad), publicado en 2009, un magnífico ensayo sobre la alquimia. Se desconoce la fecha real de la realización de la misma, que debió de ser mucho antes, teniendo en cuenta que André Malby fallece el año anterior a la publicación del libro.

La entrevista, en la que se oculta el verdadero nombre de André bajo el pseudónimo de Señor Malva, está enfocada desde la necesidad de saber de un apasionado de la alquimia (Rolf Kesselring), que inquiere a un alquimista real (André Malby) sobre las cuestiones más importantes relacionadas con esta disciplina. La entrevista abarca desde el objetivo real de los alquimistas, pasando por la utilidad de la alquimia en la actualidad y sus diferencias con la alquimia del pasado, hasta la transmutación de los metales o la elaboración del elixir de la eterna juventud.

Un interesantísimo escrito que pone un broche final de lujo a la magnífica obra de Rolf Kesselring, imprescindible para los amantes de la alquimia.






Casa catalana del alquimista que se hace llamar Sr. Malva y que, desde entonces, reside en Andalucía.
Casa catalana del alquimista que se hace llamar Sr. Malva y que, desde entonces, reside en Andalucía. Es al abrigo de estos muros austeros que se me han enseñado específicamente culturas de «champiñones de eternidad» y después, un buen día, una probeta en la que se deslizaban y rodaban minúsculas gotitas doradas. Se me certificó que se trataba de oro potable, el famoso «oro de la milésima mañana» preciado para los adeptos.

Aquí y ahora
Entrevista con el Sr. Malva, adepto contemporáneo

A fuerza de leer o de oír decir, aquí y allá, de todo y cualquier cosa a propósito de la alquimia actual que se asienta sobre una búsqueda muy antigua referente a las transformaciones de la materia, he abandonado a menudo mis investigaciones bibliográficas, asqueado por la profusión de escritos turbios, indignado por la mala fe intelectual de los espíritus fuertes que son los escépticos, a menudo oficiales y honorables, demasiado cobardes para ser curiosos, esos extraños humanos que lo niegan todo en bloque antes de intentar comprender.

Después, la necesidad de aprender, de saber, me volvía a alcanzar y el interés por la alquimia y su historia me hacía volver a mi decisión. Intuitivamente, sabía que la alquimia era una ciencia antigua que debía conducir al conocimiento de los secretos de la materia y permitir la prolongación de la vida (investigación del elixir de juventud), sin olvidar la plenitud del espíritu de los practicantes por medio de una búsqueda intelectual y espiritual, no siendo la transmutación metálica más que una etapa del proceso.

Aventura muy antigua de la inteligencia humana, la alquimia ha suscitado a lo largo de los siglos numerosas teorías y comentarios. Innumerables obras han sido publicadas sobre el tema. Algunas son de una claridad fantástica; otras, las más numerosas, son embrolladas (¿a propósito tal vez?) o directamente turbias y confusas. La dificultad reside en la selección que he estado obligado a hacer en esta montaña de documentos heteróclitos y de referencias a menudo contradictorias.

La cuestión consistía en saber si aún existían discípulos de esos verdaderos adeptos que fueron Avicenne, Geber, Arnaud de Villeneuve, Raymond Lulle, Isaac El Cec, Paracelso, Cagliostro o, más cercano a nosotros, el muy secreto Fulcanelli.

El Sr. Malva es en la vida cotidiana un fitoterapeuta y un naturópata conocido y reconocido, lo que explica por qué disimulo, bajo petición suya, su verdadera identidad tras este pseudónimo sibilino. Es también y, sobre todo, un buscador atípico nacido a principios de los años cuarenta en tierras africanas. Vive actualmente en un rincón perdido de Andalucía y es ahí donde persigue su búsqueda alquímica iniciada hace decenios.

El Sr. Malva es uno de los adeptos que, hoy en día, son autoridad en esta disciplina milenaria que se ha convenido llamar el arte real. Me he reunido con él…


La alquimia: ¿arte del pasado o saber del futuro?

R.K.: ¿La alquimia se practica aún en nuestros días o es una búsqueda que pertenece, hoy por hoy, a la historia de los conocimientos humanos y del descubrimiento de la estructura del mundo?

Sr. Malva:
Si ya no se trituran de la misma forma las mismas materias que nuestros grandes predecesores, la alquimia está más viva que nunca. La alquimia es un arte del pasado en la medida en que los datos fundamentales, el eje mismo de todos los trabajos, nos llegan desde el fondo del tiempo desde hace milenios y milenios... Pero es un arte que permanece vuelto hacia el futuro por el hecho de que, disponiendo de conocimientos, de técnicas y de tecnologías nuevas, sería estúpido que los adeptos contemporáneos no los utilizaran, bajo pretexto de respetar protocolos y habilidades manuales procedentes de nuestros maestros y de nuestros predecesores...

R. K.: En cuanto se pronuncia la palabra alquimia, todo el mundo piensa inmediatamente en la fabricación de oro que provendría de la transmutación de los metales llamados viles. La leyenda de personajes como Nicolas Flamel y su esposa, Dame Perenelle, tiene mucho que ver con esa mitología de los «fabricantes de oro»... ¿Es realmente ése el objetivo de la investigación alquímica?

Sr. Malva: El oro alquímico nunca ha sido, para los verdaderos adeptos, más que un elemento de comparación, de verificación, para los procesos experimentados. En la gran época de la alquimia neoclásica y del legado greco-egipcio (sin hablar de aquel, tal vez más antiguo, que venía de China) no se poseían técnicas que permitieran identificar otra materia que no fuera el oro. La piedra de toque ha sido sin duda una de las técnicas más antiguas de identificación de esta materia.

R. K.: ¿Pero entonces qué buscaban exactamente los alquimistas?

Sr. Malva: El proceso alquímico en sí mismo dice tres cosas. Primeramente y esencialmente –y subrayo esencialmente–, el universo es una sola cosa, un todo... un gran todo. Es decir, que los componentes no están diversificados los unos de los otros más que en función de la consciencia que los observa y que toda sustancia está construida con los mismos ladrillos que todas las demás, y esto en todo el universo. La química en realidad no se ocupa más que de sustancias ya constituidas y diferenciadas... Digamos que el alquimista combina estas últimas entre ellas en un cierto número de ladrillos finitos. La alquimia dice: «Estos elementos, que se pueden considerar en tal caso, están ellos mismos constituidos por otros ladrillos más finos, todos idénticos los unos a los otros y que se pueden combinar a su vez.» Y ahí el físico exclama: «¡Pero eso son las partículas elementales!» ¡Sabemos muy bien que la «visión atomista» está lejos de ser el reflejo de la verdad! Sirve para describir, pero no tiene nada que ver con la realidad última de la que podrían hablar hoy por hoy físicos como David Bohm u otros. Los avances de las diversas teorías del caos, que algunos investigadores siguen constituyendo del lado de Santa Fe, en Nuevo México, reflejan bien el hecho de que estamos descubriendo una nueva física. Lo que es importante, es que detrás de esta nueva física surge una nueva interacción entre los conocimientos humanos.

R. K.: ¿El alquimista de la Antigüedad o de la Edad Media trabajaba entonces en las mismas investigaciones que el alquimista actual?...

Sr. Malva: Absolutamente. Un ejemplo muy concreto y singular: hace más de trescientos años, un grabado alquímico mostraba un ser único, un hermafrodita sosteniendo en su mano una Y que recuerda singularmente la forma misma de los cromosomas. ¡Y le recuerdo que los microscopios de gran ampliación no existían en esa época!... Es verdad que un acceso, un conocimiento de otro tipo es posible, pero comprenderá que bajo ningún concepto se abordarán, en esta entrevista, algunos capítulos que serían inmediatamente calificados de elucubraciones.

R. K.: ¿Pero no son ciertos los rumores en torno a la transmutación del plomo en oro y esas investigaciones en relación a la fabricación de un elixir de juventud que generan todas las leyendas en torno a la gran obra y a los adeptos?

Sr. Malva: Sí, pero lo que el público no sabe, es que, para nosotros los alquimistas, y para todos aquellos que se toman la molestia de informarse, la transmutación del oro es desde hace mucho tiempo una realidad. ¡Entonces ya no se trata de una leyenda! Los adeptos son simplemente muy discretos, vista la importancia de los problemas que han azotado a aquellos que, a lo largo de épocas precedentes, publicaban el resultado de sus experimentos... En nuestra época, también se fabrica, y muy fácilmente, rubidio, rodio, talio, etc. El proceso de transmutación es simple en teoría. ¡El acto de transmutación no lo es! En realidad, no se trata de producir sustancias, sino más bien de dominar el proceso. En materia de transmutación, la investigación se hace en el sentido de una transformación en línea y en orden. Es por esto que hay que avanzar con circunspección, con prudencia y, sobre todo, con lentitud...

R. K.: ¿En qué se han convertido las vías tradicionales de la alquimia, ésas que se denominaban tradicionalmente «vía seca» y «vía húmeda»?

Sr. Malva: Hay que saber que estas dos locuciones envuelven modos de aproximación. Se podría decir, para que se entienda, que hay una que se acerca a la naturaleza material, física y ponderal de las cosas en general, y la otra que se preocupa de su aspecto vivo. Se podría definir la «vía seca» como un procedimiento que consistiría en copiar los procesos naturales de transformación de los elementos de la naturaleza, y la otra, la «vía húmeda», que copiaría el proceso natural de transformación de las cosas que viven en la naturaleza... siempre sabiendo que las interacciones entre las dos vías son constantes.

R. K.: ¿Pero esto aún tiene que ver con sus trabajos actuales?

Sr. Malva: Hoy en día, tenemos objetivos más avanzados. Aparte de la preocupación fundamental del inicio de la alquimia, que era el acceso directo a ese campo estructurante que barre el universo, y por ende el más cercano posible al modelo finalizado, hay otra, a día de hoy, que nos preocupa... Es, por ejemplo, cómo llegar a transmutar sin peligro esos materiales radiactivos contaminantes que hay tirados por el planeta. Otra preocupación es de la investigación de sustancias que puedan servir para aliviar o para curar a nuestros hermanos humanos...

R. K.: ¿Existen sabios conocidos que serían alquimistas?

Sr. Malva: Tenemos muchos amigos y simpatizantes, pero no se revelan más que en el secreto de nuestras reuniones, al azar de conferencias o de congresos. Más que su credibilidad, que estaría en peligro, lo que temen es poner en juicio la totalidad de sus trabajos anteriores, que a menudo representan toda una vida de investigaciones. Entonces, cuando deben hablar de ello, ponen por delante a la alquimia y sus reglas como un juego del espíritu que no les implica directamente, ¡y esto se entiende!

R. K.: ¿Cuál sería ese lenguaje universal necesario para comprender? ¿Las matemáticas? ¿La música? ¿Otra cosa?...

Sr. Malva: Simplemente el silencio. En un texto, por ejemplo, si lo compara a un muro, las palabras son piedras y mampuestos, y el silencio, es el cemento que los une. Si no hay silencio, no hay mensaje. La naturaleza del silencio define la intensidad del mensaje. Algunos textos alquímicos parecen confusos o complicados a las personas que se aproximan porque éstos no disponen del primer destello de la conciencia al que corresponden los textos. Van a adherir como cemento SU silencio... pero su silencio es un tumulto desordenado que no permitirá reflejar este conocimiento. El problema fundamental que tenemos, por ejemplo, en relación con las investigaciones sobre la anulación de la contaminación radiactiva respecto a esos famoso desechos, no es el llegar a conseguirlo, sino conseguir hacernos escuchar por aquellos que sostienen las riendas del lobby nuclear del mundo. En efecto, hay que saber que ningún mensaje tecnológico será recibido por aquellos que son susceptibles de ser los decisores ¡si no es presentado en los términos del paradigma que ellos emplean! Y volvemos una vez más al problema inicial. No tenemos la vocación de ser ridiculizados por la no-comprensión o el escepticismo. ¡No somos suicidas! Buscamos soluciones... La actual cientolatría que causa estragos por todas partes perpetúa una aberración. Esto supera de lejos en creencias estúpidas, en espíritu doctrinario y estrecho de miras, lo que ya se conocía por el pasado. Esto provoca efectos extremadamente perversos. Nada retiene más a esta ciencia aislada del mundo y de los humanos, ¡casada con el dinero más que con el deseo de saber!... ¡La noción esencial de no perjudicar (no nocire) está totalmente olvidada! Se ha visto bien, recientemente, con el asunto de la sangre contaminada y el problema de las vacas locas. Hay en la investigación científica, como en política, un pensamiento único y, sobre todo, conforme... por lo tanto, peligroso.

R. K.: ¿Debe el alquimista ser discreto para no contar secretos?

Sr. Malva: Sí, y es muy sencillo. No va usted a confiar un incunable a una banda de niños que juegan. ¡Correrían el riesgo de destruirlo fabricando con las páginas de ese precioso texto pajaritas de papel! El secreto es una precaución. Y, además, ¿cuál sería el interés de clamar resultados de experimentaciones en la plaza pública? No se puede hacer las cosas y hablar de las cosas. ¡No se puede estar en el horno (debería decir en el atanor) y en el molino!...

R. K.: ¿El arte de sanar es todavía una preocupación de la alquimia actual?

Sr. Malva: Todo aquello que existe, todo aquello que es utilizado y que está ligado a la vida es necesariamente afectado por el desarrollo y los procesos de la mente alquímica. En las plantas que utilizo, hay varios niveles de utilización. Si el medicamento fuera una música, tendría que llevar mucho cuidado con el hecho de que la persona a la que destino este producto o esta sustancia pueda oír tal o cual instrumento, tal o cual melodía, o tal o cual arreglo. En el caso de una planta, puedo utilizar el jugo, los aceites extraídos, también puedo utilizar, si hace falta, las cenizas, e incluso formular una combinación espagírica mezclándolas para obtener la quintaesencia de los principios activos. Puedo volver a mezclarla con otros jugos, otros extractos, otros elementos... La vía es infinita y totalmente abierta. De hecho, nos adaptamos a todas las peticiones que se nos hacen. Somos contestadores. Lo importante en un acto de sanación, es escuchar la petición y, seguidamente, sólo seguidamente, intentar ofrecer la respuesta mejor adaptada. Es la naturaleza de esta petición la que genera la naturaleza misma de la respuesta aportada. No se sana a alguien contra su voluntad y, sobre todo, no se sana más allá de su voluntad.

R. K.: ¿La búsqueda del fabuloso elixir de juventud era entonces el objetivo desde el principio?

Sr. Malva: Si, a lo largo de ciertas experiencias, ha aparecido oro en el fondo de un crisol, no era más que el fruto del azar. He fabricado todo tipo de aleaciones y he acabado por comprender que, desde el instante en el que nos damos cuenta de que el alquimista, en su proceso de confrontación con el misterio del ser vivo y del universo del que forma parte, refleja la totalidad del gran recorrido de todos aquellos que han intentado la transmutación metálica (¡y fueron unos cuantos los que lo consiguieron!), vamos por buen camino. Un alquimista consciente retoma siempre la totalidad de sus experiencias de transformación en el espíritu de comprender y de desembocar... en la vida. De hecho, ser alquimista, es reencontrar y comprender todas las fases de la evolución hasta la realización del último secreto, el de la inmortalidad.

R. K.: ¿Ha conocido usted a adeptos que habrían descubierto el secreto del elixir de larga vida?

Sr. Malva: Sí, he conocido a algunos... ¡De otro modo, nunca hubiera continuado estas investigaciones! En lo que respecta a sus nombres, rehúso revelarlos. Sé que existen rumores, ruidos... Hay que dejarlos correr. Pero, si no hubiera tenido la certeza absoluta de que al final del camino se encuentra la revelación del misterio último de la vida, nunca hubiera continuado.

R. K.: Para un hombre como usted, ¿cuál puede ser su mayor deseo?

Sr. Malva:
El de seguir haciendo bien lo que estoy haciendo.




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