A favor del individuo, la comunicación y el amor
Aparte de recibir continuamente información de todo el mundo sobre los avances que se obtienen en el campo de la homeopatía, André Malby no deja nunca de investigar. Se toma su trabajo muy en serio y no escatima horas al tiempo cuando se siente a gusto con alguna actividad: «A veces me encuentro con cierto malestar, como si algo no funcionase demasiado bien dentro de mí, y resulta que a lo mejor me he pasado tres días sin comer». En estos momentos y junto a Encarna, una médica con la que forma equipo, está estudiando con afición la flora de nuestra región. Es una tarea larga que persigue algo más que el único placer del conocimiento: «Estoy seguro de que, cuando haya completado los experimentos, cuando haya analizado a fondo todas y cada una de las plantas que se encuentran en esta zona, no hará falta que me envíen ninguna hierba de ninguna otra parte, que llegaré a la conclusión de que, con las que crecen por aquí, ya hay de sobra para curar cualquier enfermedad».
A Mas Teixidor se acercan personas de todo el mundo. Con diferentes trastornos, con diferentes necesidades. A todos los atiende, escucha, recibe: «Yo parto de la base de que todo el mundo es diferente y de que el concepto de enfermedad no puede aplicarse de forma masiva. A veces me vienen abuelas que lo único que necesitan es charlar un rato, que alguien les haga caso, y después se van tan descansadas. Y para mí también es gratificante, hay un maravilloso placer en ofrecer amor, en no cerrarse en uno mismo, en aprender de los demás».
«Hoy el famoso Progreso, en mayúsculas, no es tal, porque ha superado la ignorancia mediante una ignorancia todavía más grande»
«Un importante científico francés me explicó que él cobraba por buscar y no por encontrar y yo lo despedí con patadas en el culo»
«Cataluña lo ha aguantado todo; es una tierra firme que está cargada de vida y de historia con un fuerte conocimiento»
«Sólo las plantas cultivadas tienen parásitos»
«El concepto de enfermedad es muy relativo, depende de la naturaleza y la conciencia de cada uno. Mirad, aquí me han venido payeses con un dedo medio colgando que se habían cortado con un hacha hacía horas, pero que habían continuado su trabajo, aprovechando la luz natural y, sólo al final de la jornada, se deciden a curarse, los tíos».
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Mas Teixidor y en la esquina... el Fluviá |
André Malby tiene ante sí un digno ejemplar, nacido de la dureza y la generosidad de nuestra tierra, una persona que siente el dolor como una continuación más de su naturaleza, y no necesariamente como un impedimento absoluto para su actividad. Nada que ver con la multitud de desasistidos, de seres totalmente dependientes del dios-médico que han florecido en el campo de cultivo de las grandes urbes. Una generación aún arraigada en una forma de vida natural en toda la extensión del término, basada en un pragmatismo ancestral que rehúye modas efímeras: «Estoy observando aquí que, los que hoy tienen más de 60 años, están generalmente sanos y fuertes como robles, pero es que conocen muchos y buenos recursos: si se cortan, se ponen orina, y la herida, evidentemente, cicatriza; si se sienten extraños, como si algo no acabase de ir bien dentro de ellos, se preparan sopa de tomillo o de romero y se toman un vaso de vino caliente, ¡y adelante se ha dicho! Son herederos directos de aquella noción medieval de mercado que, hasta hace poco, consistía en lo que se podía intercambiar durante el día. Los mercaderes se desplazaban, como mucho, treinta o cuarenta kilómetros; por lo tanto, eso quiere decir que, todo lo que se consumía, era fruto del mismo ciclo climatológico, las mismas influencias del sol, la luna, la lluvia, la sombra, las temperaturas, la misma composición del suelo. Eran una especie de super-entes vitales, perfectamente vinculados a lo que les rodeaba, no había prácticamente ninguna posibilidad de que lo que comían les perjudicase. Por eso se conservaban tan sanos, y muchos de los viejos de hoy en día han vivido aquel mismo ciclo. Si los llevases a Barcelona, en poco tiempo los matarías».
Un dolor de cabeza, pinchazos en el vientre, decaimientos… los síntomas no denotan siempre una anomalía física, una simple disfunción corporal. Son, muchas veces, signos manifiestos de malestares psíquicos desconocidos, o voluntariamente ignorados, de apatías sociales cimentadas en un tipo de vida que ha perdido buena parte de su significado. Con la complicidad del tiempo que transcurre plácidamente y con la compañía de patos, gatos, perros y otros animales que ayudan a configurar un entorno propio, Malby se lleva las manos a la cabeza cada vez que algunos amigos de su hijo aterrizan durante un tiempo en Mas Teixidor: «Es horrible cómo la sociedad está generando personas indefensas, ignorantes… Vienen niños alemanes, franceses, suizos a pasar días en casa y me he dado cuenta de que carecen de todos los conocimientos necesarios para la supervivencia. Si, por alguna razón se va la luz, ya no son capaces de hacer nada, se derrumban, no tienen ni idea de moler café con un molinillo manual ni de encender fuego. ¡Es una vergüenza!».
Anécdotas, André puede contar muchas y, a pesar de su inevitable componente jocoso, no se deja llevar por la risa fácil, a no ser que el estallido sirva para exorcizar la calamidad: «En una ocasión estuvo durante unos días en Mas Teixidor un compañero de mi hijo, suizo. Recuerdo que comimos pollos de los que criábamos en casa y me decía que aquello no tenía sabor a pollo, que no había comido nunca. Otro día servimos en la mesa carpas del Fluviá y, al probarlas, ¿sabéis lo que se le ocurrió decir? ¡Que aquello sí que era pollo! Me quedé frío hasta que entendí que, en su país, sólo comían pollos alimentados con harinas de pez. Es muy gordo, ¿eh? Para mí, éstas son personas enfermas, aunque por ahora no se les haya presentado ningún síntoma, ninguna enfermedad de las comúnmente establecidas. Los niños de las pequeñas poblaciones, yo lo veo en Besalú, escapan a esta situación. Al menos tienen la oportunidad de ver una gallina en su gallinero, comiendo trigo moro, saben de dónde salen los huevos… tienen una relación más amplia con su entorno»..
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André Malby también es pintor. Aquí, la puerta de su taller. Dentro, la creación de la soledad |
ENSEÑAR O EL ARTE DE FOMENTAR PREGUNTAS
André Malby no rehúye el contacto con lo que se denomina la pequeña población. Para él son una fuente inagotable de conocimiento, casi de presentimiento de los nuevos aires. Rascando la corteza de indiferencia, socavando la apariencia de apatía con que muchos niños y adolescentes se protegen de la agresión externa, se descubren seres llenos de una sensibilidad que pide urgentemente una vía de salida, y que no ha debido ser destruida por tantos años de pedagogía destinada a acabar con la capacidad imaginativa de la persona: «Tanto que dicen los maestros que a los niños les da igual todo, que no muestran curiosidad por nada y, en cambio, cuando vienen a casa, en una tarde me hacen más de mil preguntas que tocan aspectos importantes de la realidad. Lo que pasa es que eso de la enseñanza está mal enfocada. La educación consiste hoy en hacer que los niños se traguen gran cantidad de respuestas a preguntas que no han formulado. Y, claro, por eso no muestran interés. A mi entender, el arte de enseñar radica precisamente en fomentar preguntas, en despertar curiosidad».
Sabe que la respuesta está dentro de cada uno y se comunica con cada persona como si fuese un todo diferente, capacitado intrínsecamente para defender sus propias necesidades, con libertad para imaginar y crear. Es en este tipo de individuo en el que cree. Y confía en que pronto resurja de las cenizas de la masificación: «Sí, soy optimista y más con la generación que sube. Los niños no manifiestan hoy este conformismo detestable de los que, por ejemplo, se dejan operar sabiendo, o intuyendo, que la palmarán, pero no se atreven a contradecir a las autoridades. No tienen esta suavidad de cuello que les hace bajar la cabeza. La publicidad ha destruido a la generación que va de los 25 a los 45 años, pero ha abusado tanto de sus recursos que los niños ya no hacen caso, pasan. Y son muy inteligentes. Cada vez más listos, más rápidos, más veloces, con más reflejos. Yo no creo en la humanidad tal como la quieren vender, pero sí en la persona, en el individuo, en la creatividad dormida que está a punto de despertarse. Si no hay libertad, no hay vida».
La contundencia, la seguridad, la autoridad moral, son sentimientos que le nacen de una investigación constante, practicada en las más diversas facetas de su vida. Desde el diseño placentero del estudio y la investigación, hasta la capacidad de entregarse a los demás, pasando por la necesidad de comunicación y la observación de todo lo que le rodea, André Malby es de esos tipos de personas a los cuales el árbol nunca les impide ver el bosque. El mejor remedio contra la enfermedad, en un sentido global, es la coherencia. Y la clarividencia: «Tengo árboles frutales y me niego rotundamente a cultivarlos. Quiero que me den el fruto tal como les salga. Me he dado cuenta de que sólo las plantas cultivadas tienen parásitos».