Anécdotas Mágicas de André Malby - Paloma Navarrete

Anécdotas Mágicas de André Malby, Paloma Navarrete

Título: Anécdotas Mágicas de André Malby
Autora: 
Medio de publicación: Libro «Otras Fronteras, Otras Realidades»
Fecha de publicación: 

Esta serie de escritos forman parte del libro de Paloma Navarrete «Otras Fronteras, Otras Realidades», publicado en el año 2015. En él, Paloma narra toda una serie de anécdotas, a cual más impresionante, vividas junto a André Malby durante el privilegiado tiempo en que pudo disfrutar de sus enseñanzas. Todas estas anécdotas recogen la imagen de un André Malby que todos hemos imaginado alguna vez, pero que no hemos tenido el placer de constatar demasiado a menudo. Hablamos de un André Malby ducho en magia, que se relaciona con espíritus elementales, que absorbe sin dificultad la energía del prana, que es capaz de invocar el poder del Aire, que puede bilocarse materialmente y estar en dos lugares a la vez...

En definitiva, Paloma Navarrete nos ofrece en estos escritos el privilegio de descubrir la faceta más mágica de André Malby, sumergiéndonos, en sus andanzas, en un mundo de fantasía en el que todo es posible.




Anécdotas Mágicas de André Malby
Paloma Navarrete

De don Diego a André Malby

El espíritu del «tío José» había metido la inquietud en el mío y esa inquietud se acrecentaba día a día. Por qué los del Más Allá se empeñaban en que enseñara si ya estaba enseñando tarot, que era lo mío, si intentaba aclarar las ideas a los que venían a pedir ayuda y dar un poco de luz a los del Otro Lado. Si tenía tanto trabajo. En ésas estaba, sin saber muy bien por dónde tirar, cuando un verano, a mediados de los ochenta, empecé a oír hablar de un fitoterapeuta prodigioso. Un francés que curaba utilizando remedios a base de plantas y obtenía resultados sorprendentes. Su nombre y sus éxitos corrían de boca en boca. Vivía en un pueblo de la costa donde yo pasaba las vacaciones de verano. Don Diego me decía que, en ocasiones, las circunstancias señalan el camino a seguir, y decidí aprovechar las circunstancias. Me presenté en la consulta del sanador una tarde de agosto. La sala de espera estaba abarrotada, hacía un calor terrible y empecé a preguntarme qué hacía allí. Estuve a punto de irme, pero me quedé.

Los pacientes fueron pasando hasta que se vació la sala y, por fin, me tocó a mí entrar en el despacho. El sanador me saludó muy cordialmente y se interesó por el motivo de mi visita. El motivo era una mera disculpa, tenía una especie de verruguita en el canto de una mano que no había respondido a ningún tratamiento y esperaba que él pudiera eliminarla. André se echó a reír mientras me traspasaba con sus ojos. «Yo te quito la verruga, pero tú no has venido a eso, quieres algo más». Me había descubierto y no me quedó más remedio que confesar mis ganas de conocerlo. «Ven, vámonos, por hoy he terminado». Llamó a Daniela, su mujer, la joven que atendía la puerta y dispensaba los remedios prescritos, y salimos los tres en busca de una terraza donde tomar una caña y charlar. Cuando supo que era farmacéutica, me invitó a acompañarle alguna tarde a pasar consulta para ver cómo diagnosticaba y elegía las plantas terapéuticas. Antes de decirle adiós le recordé que no me había mandado ninguna pócima para la verruga. «No te preocupes, tu verruga es cosa mía, olvídate de ella.» Nos despedimos después de asegurarle que volvería a ver cómo trabajaba.

Me olvidé de la verruga, pero no de André. Unos diez días después de esa primera visita, me di cuenta de que la verruga había desaparecido y volví a su consulta. Daniela me recibió sonriente y él me hizo entrar en su despacho. «Mira, mira lo que has hecho –dijo, mostrando el canto de su mano izquierda, en el que aparecía una verruguita idéntica a la mía–, me la has traspasado, ahora me la tengo que quitar, no será difícil». Pasé una tarde fascinante, nunca había visto a nadie con un conocimiento tan extenso de botánica y de química orgánica y con un ojo clínico tan agudo. Sus pacientes lo adoraban, a pesar de su mal genio y sus sermones.

André era un hombre extraño, magnético, imprevisible, ciclotímico, de una enorme inteligencia y una memoria prodigiosa. Nunca fue mi maestro, pero con él viví experiencias extraordinarias y aprendí muchas cosas. Ya no está entre nosotros, pero sigue vivo en otra dimensión.

Le he visto hacer cosas sorprendentes con la mayor naturalidad. Controlaba perfectamente su temperatura corporal. Vestía de la misma manera en verano y en invierno, camisa de manga corta negra y pantalón negro. También mandaba sobre el ritmo cardíaco, podía reducirlo o aumentarlo a voluntad.

Recuerdo un viaje con él en mi viejo 127; iba yo conduciendo mientras él contestaba a mis preguntas cuando comprobé que mientras su cuerpo se escurría hacia abajo en el asiento, su cabeza casi tocaba el techo. «Para en la primera estación de servicio que veas, me tengo que bajar un momento», me dijo. Así lo hice, y mientras yo me tomaba un café, André empezó a caminar por los alrededores hablando solo. Había aumentado de tamaño, era más alto. Cuando regresó de su paseo ya había recuperado su tamaño habitual. «A veces pasan estas cosas cuando se toca la magia», observó.
Yo había leído sobre este fenómeno paranormal. Algunos médiums, cuando están en trance, pueden experimentar este alargamiento de su cuerpo, que, en ocasiones, como en el caso del famoso médium Dunglas Home, llegaba a los veinte centímetros, pero nunca había oído que este alargamiento, llamado «elongación», se pudiera producir en estado de vigilia.

André retomó la conversación en el punto donde la había dejado. Hablaba de magia.

La magia existe

–La magia existe y es operativa. A nuestra disposición se encuentran unas enormes reservas de energía que el mago sabe utilizar y canalizar para conseguir sus objetivos. La energía no tiene signo, no es positiva ni negativa, adquiere esas características cuando se impregna de los pensamientos, emociones, deseos e intenciones del mago, que la puede utilizar para fines constructivos o, todo lo contrario, para destruir. Por eso se habla de magia blanca o magia negra.

–Sí, André, pero hablamos de personas y lugares cargados de energía positiva y negativa.

–Naturalmente, hay personas que emiten una energía sucia, cargada de agresividad, odio, rencor, envidia, y esas emociones son las que perciben los demás. Es una energía destructiva. En cambio la energía de alguien cargado de optimismo, empatía y buenas intenciones es otra cosa. Lo mismo ocurre con los lugares. Todas las antiguas culturas han sabido de magia. Los druidas celtas eran magos, los chamanes siberianos y centroamericanos también, y no te digo los hechiceros africanos. Egipcios, griegos, romanos, todos la practicaron y en todas las culturas responde a los mismos principios, tan sólo cambia la forma de aplicarla. Cada cultura desarrolla sus propios rituales. Aunque no lo parezca, en la magia existe una lógica y responde a unas leyes. La ley de simpatía cósmica es la más importante.

» Hacia el año 140 a. C., un filósofo estoico llamado Posidonio de Apamea explicaba que todo lo que ocurre en un lugar del mundo afecta a otra parte del mundo sin que importe la distancia que los separa, y decía: «Lo interior es como lo exterior» y «lo superior es como lo inferior». Fíjate –añadió André– que esta idea implica un constante intercambio de energía entre el macrocosmos y el microcosmos. Hermes Trismegisto lo dijo con otras palabras: «Lo que es arriba es igual a lo que es abajo», y también dijo: «Todo está en todo». Podemos usar lo que nos rodea como fuente de energía. A este poder los griegos lo llamaban dynamis y los modernos mana o prana, y para acceder a él sólo se necesita ser un canal, y el mago lo es. Vamos a comprobarlo, busca una salida de la autopista, métete por una carretera comarcal y veremos. Para saber hay que buscar.

En plan obediente, tomé la primera salida hacia un pueblo y, ¡voila!, encontramos un camino rural que nos llevó al campo. Hacía un día espléndido, el sol brillaba y yo empezaba a sentirme intrigada. Aparqué como pude y salimos a la naturaleza.

–Mira el aire, mira hacia el cielo. Hay que saber mirar. ¿No dices que tu famoso chamán desarrolló tu visión? Pues mira, mira la atmósfera limpia y transparente que nos envuelve.

Nos paseamos tranquilamente por ese caminito, yo mirando el aire y pensando que me iba a dar un buen trastazo, y André a grandes zancadas, sin dejar de hablar, hasta que vi claramente las pequeñísimas burbujitas plateadas que pueblan la atmósfera.

–Eso es mana, Paloma, energía pura que está a nuestra disposición. No tienes más que absorberla, canalizarla, dirigirla a un objetivo y serás «bruja». Eso es el poder que tenemos disponible para nosotros. Las fuerzas del universo son nuestras y las podemos utilizar.

Regresamos al coche y, por fin, llegamos al sur, a su casa. «Hola, casa», saludó al entrar, y aunque parezca mentira las plantas que tenía en la terraza se pusieron contentas, pude oír con los oídos pequeños grititos como de alegría. André serio.

–Chicas, ya estoy aquí. Las plantas también hablan, Paloma.

Daniela nos esperaba, sonriente como siempre, había organizado una cenita para un grupo de «buscadores» interesadísimos en los fenómenos extrasensoriales, y después de comer André se puso en situación de demostrar algo.

–Paloma, mira cómo se puede utilizar la energía del universo para aumentar la tuya. –Cogió un aparatito de entre los muchos que tenía en su mesa y dijo–: Esto es un vúmetro (V. U.), que mide la expansión de energía. Lo voy a conectar a mí, no a ningún aparato. –Estableció un circuito entre el vúmetro y él. Puso un poco de saliva entre los dos electrodos conectados a su piel y preguntó–: ¿Qué marca la aguja en la escala medidora de energía?

–Cero, naturalmente –contestamos.

–Esperad un poco, no seáis impacientes.

Cerró los ojos y a los pocos minutos la aguja empezó a subir por la escala, midiendo un crecimiento de la energía emitida por André. Mientras todos permanecían atentos a la agujita, yo me dediqué a observar su aura, que aumentaba, aumentaba, y sus colores variaban al tiempo que la aguja subía en la escala.

–¿Veis? –dijo cuando se cansó del experimento–, aumentar y expandir la energía personal es posible. Todo es cuestión de saber usarla.

Lección aprendida. Puede que André no fuera un chamán, pero era un mago. Tenía «poderes» bastante extraordinarios y era posible que me enseñara a usarlos. Fuera lo que fuese, pensé que el «tío José» se había equivocado, todavía podía prolongar la etapa de aprendiz, y estaba encantada. De todas maneras, agazapado en el fondo de mi conciencia permanecía un pequeño residuo de la inquietud sembrada por el espíritu. Todo se andará, pensaba yo para tranquilizarme, mientras continuaba mi camino de experiencias extraordinarias.


****************************


Las agujas

André estaba en Madrid, atendiendo su consulta, y al caer la tarde el pequeño grupo de incondicionales nos reuníamos en casa para charlar y «jugar», como decía él. Cuando llegaba, mis hijas decían: «Mamá, ya ha venido tu amigo, el que huele tan bien a plantas.» Y era cierto, André siempre iba envuelto en el perfume de las plantas aromáticas que manejaba continuamente.

Habíamos estado hablando sobre el aura y André nos decía que si supiéramos vernos como somos, nos veríamos como huevos luminosos de distintos colores.

–Os lo demostraré un día de éstos.

Para cumplir su promesa apareció una tarde pertrechado con una cámara de fotos Polaroid y unas cuantas placas.

–Vamos a jugar, esto es muy fácil. –Cogió una de las placas y preguntó–: Dime una figura geométrica sencilla.

–Un triángulo –contesté.

–¿Con el vértice hacia arriba o hacia abajo?

–Hacia arriba.

Estaba de pie, se puso directamente la placa en la frente y se quedó inmóvil, como dormido, durante unos minutos. Cuando nos mostró la placa, estaba oscura, pero a los pocos segundos, en ella aparecieron tres puntos blancos unidos por unas tenues líneas. Un triángulo perfecto. Estábamos estupefactos. «Otra, otra más difícil», gritamos excitados. «Una estrella de seis puntas». Y, ¡cómo no!, en la placa apareció la estrella.

–André, ¿cómo lo haces?

–No hagas preguntas tontas, ya deberías saberlo.

–No me riñas, no te pongas en plan chamán, que por ese lado ya me han reñido bastante –repliqué un poco picada.

–Coge una placa y hazlo tú. Quiero un triángulo con el vértice hacia abajo.

Acepté el reto sin tenerlas todas conmigo. Me puse de pie y me desdoblé. Yo estaba detrás de mí, veía mi cuerpo erguido con la placa en la frente. Cerré los ojos y vi muy nítido un triángulo. El entorno se había esfumado, tan sólo existía ese triángulo. A los pocos minutos volví a ser una y retiré la placa de mi frente para ver cómo en ella se dibujaba el triángulo pedido. Lo había conseguido. Todos los del grupo, muy exaltados, querían probar. André, muerto de risa, puso orden en la sala.

–Se acabó, a este juego podéis jugar entre vosotros cuando queráis. Ahora os voy a enseñar cómo somos en realidad.

En esa casa había un largo pasillo. André se situó en un extremo y yo, cámara en mano, lo hice a la distancia que me indicó.

–Apaga la luz y dispara cuando yo te diga.

Lo hice, y en la placa apareció un huevo luminoso de distintos colores.

–Así somos, huevos de energía, en ellos se reflejan la luz y la sombra, las emociones, las dolencias de cada uno. Los colores hablan.

Fascinante, pensé, ¡qué poco sabemos!

–Se acabó por hoy; estoy cansado y me voy a dormir. Buenas noches a todos.

Las despedidas de André siempre eran muy breves.

La velada había sido intensa y a mí también me llamaba la cama. Caí en ella como un tronco, pero de madrugada me desperté sobresaltada por un dolor insoportable. Dentro de mis brazos debía de haber miles de agujas punzantes que asaeteaban mis codos sin cesar un momento. Un horrible dolor se extendía por mis brazos. Empecé a preguntarme si no sería un repentino ataque de gota, pero por lo que sabía, los síntomas de gota se hacían visibles en los pies. Ya me veía como Carlos V en Yuste. Se me ocurrían las ideas más disparatadas. Hasta pensé que era brujería, y la imagen de madame Lourdes pasó por mi mente.

El resto de la noche fue un continuo ir y venir, no encontraba un minuto de sosiego. Los pinchazos no cesaban; el Nolotil no hacía efecto. ¡Qué desazón! Todo era muy raro, el terrible dolor irradiaba desde los codos por los antebrazos, pero no llegaba a las manos. Era como si mi muñeca fuera una frontera. El dolor se detenía ahí. Pasó el tiempo con una lentitud desesperante, hasta que a una hora más o menos decente me atreví a llamar a André.

–Me han hecho brujería.

Todavía medio dormido, me contestó:

–¿Tan temprano empieza a decir tonterías?

–No estoy para bromas, André, me estoy muriendo de dolor.

–Y le conté lo que me pasaba.

–Ahora mismo voy a verte. –Y colgó.

Al poco rato lo tenía ante mí, con su camisa negra y su olor a plantas. Su presencia me tranquilizó. Palpó mis brazos y mis manos, grité sin remordimientos, y cuando terminó, muy pensativo, me dijo:

–A lo mejor tienes razón, no es normal que el dolor se detenga en un punto tan bruscamente. Sea lo que sea, voy a intentar arreglarlo, pero luego te vas a Urgencias y que te hagan una analítica. –Del maletín que siempre llevaba consigo sacó un aceite y con paciencia se dedicó a darme unas friegas en los brazos, una y otra vez, al tiempo que recitaba unas palabras. Poco a poco el dolor se fue calmando hasta que desapareció por completo–. Ahora que ya puedes hablar sin pegar gritos, dime por qué creías que era brujería.

Le conté brevemente el episodio de madame Lourdes, y en determinado momento me interrumpió para describirme con pelos y señales a la cubana y el escenario donde se desarrollaban sus sesiones.

–Paloma, como buena buscadora, tienes cierta tendencia a meterte en líos. ¡Qué le vamos a hacer! Parece que esta señora es una santera, poco santa, es verdad, pero con cierto poder. Se ha sentido amenazada y ha querido vengarse, aunque por mucho que haya pinchado un muñeco, no ha atinado con tus manos. Ahí iba dirigido el trabajo, a tus manos, con las que echas las cartas.

–Pero si no sabía quién era yo, si no le dejé nada mío.

–El dinero que le diste era tuyo y es fácil enterarse de quién eres. Esa señora es muy dañina. No dejes de hacerte los análisis. Me tengo que ir, luego nos vemos.

Por una vez fui obediente y me hice los análisis. Quería comprobar si había sido víctima de una venganza. Los análisis, perfectos; estaba en plena forma.

No estaba dispuesta a olvidar lo sucedido. La cubana tenía un peligro, lo que me había hecho a mí podría hacerlo a otras personas, y como decían mis hijas, «no es justo, mamá». Llamé a un cliente y amigo «poli», le di los datos sobre madame Lourdes y pregunté si podría investigar un poco.

–No te preocupes, lo haré. Ésa se cree que es la Virgen.

No sé lo que hizo mi amigo, pero al poco tiempo madame Lourdes, sanadora y vidente, había desaparecido del mapa.

La bilocación es posible

André se cansó de Madrid, dio por terminada su estancia entre nosotros y partió rumbo a su masía catalana. La vida retornó a la normalidad.

Al despedirle le dije: «Ya que sabes bilocarte, podrías venir a verme de vez en cuando y enseñarme algunas magias», porque André sabía bilocarse. Lo comprobé una vez que estábamos sentados en una terracita frente a dos cervezas bien heladas, disfrutando de la tarde y de una sombra refrescante. Había podido rescatar a André de la consulta para tirarle de la lengua y sacarle toda la información posible sobre las capacidades que los humanos tenemos y no utilizamos, quería saber cómo continuar desarrollando las mías, la verdad es que quería saberlo todo.

No sé por qué, André empezó a hablar de un fenómeno bastante raro en parapsicología como es el de la bilocación, esa capacidad de desdoblarse y estar en dos lugares al mismo tiempo.

Yo le preguntaba si se trataba de un viaje astral, pero él decía que era algo más. En el caso del viaje astral es el cuerpo astral, más sutil que el físico, el que se traslada de lugar y no tiene la consistencia del cuerpo carnal; se percibiría como un fantasma. Esos astrales son llamados fantasmas de vivos. Mientras la conciencia viaja, el cuerpo físico permanece inerte, dormido. En cambio, en la bilocación, el sujeto puede permanecer en estado de vigilia mientras su segundo cuerpo es percibido como un cuerpo real y actúa en otro lugar. En España hubo un caso muy sonado, el de la monja de Ágreda, que desde su convento de clausura se trasladaba a América a evangelizar a los indígenas. La literatura recoge algunos otros casos de santos que se bilocaron, pero son pocos, y no sólo les ocurre a los místicos. No hace falta ser santo para conseguirlo.

Esta historia no me interesaba demasiado, me parecía que eso de bilocarse debía de ser dificilísimo y me conformaba con los viajes astrales. Yo quería explorar su memoria enciclopédica para escarbar un poco en la santería cubana. Tenía yo entonces un maravilloso profesor cubano que de vez en cuando dejaba caer algo sobre babalaos* y orishas y que me producía mucha curiosidad. Pero no hubo manera, André estaba distraído, prestaba poca atención a mis preguntas, de manera que desistí y dejé que André siguiera divagando. Me despedí con la promesa de acompañarle en su consulta a la tarde siguiente.

Ver trabajar a André era toda una experiencia, a los pacientes les hacía preguntas insólitas que en principio no parecía que tuvieran relación alguna con las dolencias que ellos describían, y sin embargo André hacía un diagnóstico impecable de la enfermedad. Durante la conversación, André rellenaba una hoja de fórmulas químicas para mostrármela al final y decretar: «Éstos son los compuestos que necesita», y en base a eso prescribía el cóctel de plantas que sanaría al enfermo. Y lo sanaba.

A eso de las siete de la tarde apareció Juana. Juana era una mujer del pueblo, de unos sesenta y tantos años, desahuciada, un cáncer terminal, a la que André mantenía con una buena calidad de vida.

–¡Ay, don André, gracias, gracias, qué bueno es usted! Ayer a estas horas yo creí que me moría de dolor y usted vino a mi casa a verme. –Y dirigiéndose a mí repetía–: Fíjese, señorita, me quitó el dolor y pude cenar y dormir, me dijo que viniera hoy a verle y aquí estoy, como una rosa.

André se reía y yo estaba en estado de shock.

–Juana, dime una cosa, ¿a qué hora fue don André a verte?

–A eso de las siete y pico sería.

–Eso no puede ser, Juana, a esa hora don André estaba conmigo.

–¡Anda ya, señorita! Don André estaba en mi casa, me hizo un té con sus hierbas, me tocó donde debía y me quitó el dolor.

Antes de que pudiera indagar más, André intervino y despidió a la paciente sin más explicaciones.

No era posible, a las siete y pico de la tarde de ayer, André estaba sentado ante una cerveza junto a mí, muy lejos de la casa de Juana, un poco distraído, eso sí, pero completamente despierto.

Quería hacerle un montón de preguntas, pero antes de que pudiera abrir la boca me cortó.

–Juana me necesitaba y acudí. ¿No hablábamos de bilocación?

*Sacerdote de la santería cubana. Único grado que sabe leer e interpretar el oráculo llamado Tablero de Ifá.


****************************


Gnomos y espíritus elementales

Una tarde de verano decidí hacer una visita a André, que por entonces vivía en un pequeño pueblo de la sierra Blanca, en una casa típicamente andaluza. Aparqué el coche al borde de una pequeña explanada que coronaba una pronunciada pendiente. André salió a recibirme dispuesto a llevarme hacia el interior; quería enseñarme unos libros. En ésas estábamos cuando vi que mi coche, marcha atrás, se deslizaba cuesta abajo y cogía velocidad, pegué un grito y salí corriendo hacia él sin saber muy bien para qué. Mi coche se despeñaba mientras André permanecía impertérrito. Y, de repente, vi cómo de entre las piedras surgía una figurilla diminuta con cabeza, tronco, brazos y piernas, se colocaba tras mi coche, extendía los brazos y lo detenía. Me dio tiempo a entrar para echar el freno de mano, que había olvidado poner. Cuando subí a la casa y aparqué como es debido, André permanecía en el mismo sitio, muy atento a lo sucedido. «¿Lo has visto o estoy alucinando?», le pregunté muy excitada. «Claro que lo he visto, es más, lo he llamado yo, es un gnomo amigo.» Le miré con tal cara de incredulidad que soltó la carcajada. «Ya es hora de que te vayas enterando de que los espíritus elementales existen, y si sabemos hacerlo están a nuestra disposición. ¿No dices que cuando eras pequeña y hacías viajes astrales veías a los gnomos y también a las hadas? Pues eso». Y sin más explicaciones entramos en la casa.


****************************


El poder del Aire

Un atardecer de verano, un pequeño grupo de aventureros guiados por André trepábamos a marchas forzada hacia un picacho de la sierra Blanca. Todos nos esforzábamos en seguir el paso marcado por nuestro guía, sin resuello, en silencio, escuchando atentamente sus comentarios sobre la enorme energía de los cuatro elementos fundamentales que teníamos a nuestra disposición y que el común de los mortales no sabía utilizar. Para hacerlo, primero tendríamos que descubrir nuestra afinidad con ellos y aprender a identificarnos con su esencia. Ser aire con el Aire, fuego con el Fuego, y del mismo modo con el Agua y la Tierra, y así participar de su poder. La verdad es que no prestaba demasiada atención a sus palabras, porque subía por el monte concentrada en mi respiración para no perder el aliento, cuando se dirigió a mí y con mucho retintín me soltó: «Supongo que tú ya sabes todo esto, tu famoso chamán te lo habrá enseñado». Siempre que André hablaba de don Diego, lo hacía con un punto de ironía, como si entre ellos existiera una especie de rivalidad.

–Sí, lo sé –respondí–. Tuve mis experiencias con los cuatro elementos y me enseñaron mucho.

–Mucho, pero no todo, ahora verás.

Por fin llegamos a nuestro destino, una estrecha cornisa sobre el abismo donde crecían algunos árboles. Hacía una noche magnífica, estrellada, silenciosa y tranquila. Ni una mínima racha de viento perturbaba la calma. Nos sentamos en unas piedras para contemplar las estrellas y, de paso, recuperarnos un poco de la escalada, hasta que André se puso de pie y ordenó: «Agarraos a los árboles», a la vez que susurraba palabras en una lengua desconocida (más tarde supe que era hebreo), y a los pocos minutos saltó el viento, un viento que creció en intensidad, a medida que aumentaba el ritmo y el volumen de sus palabras, hasta que se convirtió en una especie de huracán. Mientras, él permanecía con los brazos extendidos y los pies bien anclados en la tierra recitando su exordio y riendo a carcajadas. Menos mal que los árboles nos socorrieron, porque de no ser así hubiéramos volado precipicio abajo. Poco a poco fue bajando el volumen de su canto al tiempo que el viento amainaba hasta desaparecer por completo. No sé cuánto duró el experimento, quizá diez minutos, pero a mí me parecieron horas. Estábamos sobrecogidos.

–Habéis sido testigos del poder del Aire, pues ese poder es nuestro. Aprended a usarlo.

Era noche cerrada cuando bajamos por la escarpada ladera tan sólo iluminados por la luna, cuyo resplandor impidió que nos despeñáramos. Una vez llegados al llano, bastante agotados, André, burlándose de nuestro cansancio, propuso ir a tomar una copa. Y allá nos fuimos.

Al día siguiente, instalada al borde del mar en una tumbona mientras vigilaba con el rabillo del ojo lo juegos de mis hijas, reflexioné mucho sobre la identificación con la esencia del aire. Ya sabía sentir las diferencias de densidad en la atmósfera en casos de fenómenos extrasensoriales, podía ver las pequeñas burbujas de mana que flotan en ella y absorberlas para incorporar poder, pero nunca tanto como para originar tamaño vendaval, Y decidí profundizar en el tema. Mi ascendente es Géminis signo de aire, por lo tanto el aire no es ajeno a mi naturaleza.

Fui haciendo pequeños experimentos que fueron dando algunos resultados. Y como en este territorio tan sutil y resbaladizo cualquier logro es fruto de tiempo, paciencia y esfuerzo, no fue hasta años después cuando pude comprobar que había hecho un buen trabajo.


****************************


Una visita sorprendente

Caí en la cama como un leño, me dormí de inmediato con un sueño profundo, pero al poco tiempo me desperté muerta de frío y a punto estuve de gritar. Flotando en mi cuarto estaba André, aunque su cuerpo era mucho más sutil, un poco transparente, su cara era inconfundible y sus ojos brillaban en la oscuridad.

–André, ¿qué haces aquí, te has muerto? –Tenía una bola de angustia en el estómago, un miedo terrible a que estuviera en el Más Allá. En mi mente oí el sonido de su risa.

–No, Paloma, no, todavía no ha llegado la hora de irme, me quedan algunos años, tan sólo he venido a hacerte una visita, hace mucho que no sé nada de ti.

Cierto, desde que se había trasladado a vivir en una cueva de la Alpujarra y venía muy poco a Madrid, nuestros encuentros se habían espaciado mucho.

–Menos mal que he puesto el GPS y he podido llegar a este rincón, muy hermoso, sin duda. Cuéntame.

Le relaté muy excitada el episodio del viento, mientras oía su risa, le describí la emoción que sentí cuando comprobé que el viento amainaba y cómo yo misma me sentía viento.

–Vaya, vaya, parece que la bruja va entendiendo cosas y empieza a hacer sus pinitos. ¡Ya era hora!

–André, no seas cruel –le respondí–. Don Diego me ayudó a desarrollar «la visión», mi capacidad innata más despierta, y me enseñó a defenderme con la magia, pero nunca había trabajado como ayer.

–Pues ya sabes cómo puedes hacerlo. No seas pánfila. Ahora me voy porque va a amanecer, y si Daniela se despierta y me ve tumbado en la cama y bastante frío, sí va a creer que me he
muerto. ¡Ja, ja, ja! –Antes de salir por la ventana cerrada, añadió–: Y si no puedes venir a verme «en cuerpo presente», hazlo en cuerpo astral, tírame de los pies y sabré que eres tú. –Y con una última carcajada se esfumó.

Como es natural, ya no pude pegar ojo. En vez de dormir contemplé un magnífico amanecer en la montaña. Apuntaba un día radiante, el sol renacía esplendoroso después de su viaje al inframundo, y yo aproveché para capturar su energía e inundar mi cuerpo con ella. Falta me hacía, después de una noche prácticamente en vela.

Después de desayunar opíparamente, y antes de irnos a tomar el aperitivo, convoqué al «grupo de brujos» a una reunión. Acudieron todos obedientes, con cara de sueño y gafas de sol, comúnmente llamadas «tapalitros» –por lo menos por mi pandilla de verano de cuando era joven–, muy útiles para la mañana siguiente a una noche larga. Una vez instalados en el salón de la casa, comencé:

–Bien, chicos, necesitamos hacer trabajos de campo diferentes a descubrir fantasmas, así que he tomado una decisión: el fin de semana de San Juan nos vamos de viaje. En Castilla la Vieja se levanta una ermita templaria en un lugar mágico, perfecto para celebrar el solsticio. Si os apetece llevamos tiendas de campaña y pasamos la noche allí, si no estáis por la labor, cerca hay un pueblo donde nos darán cobijo. No admito deserciones.

–Vaya carácter, maestra –comentó una.

–A mí me viene fatal –añadió la otra. Y así continuaron los comentarios hasta que me cansé de escucharlos y puse orden.

–Si queréis ser brujos, como parece, tenéis que trabajar duro. Y lo dicho, no admito deserciones.

–¡Cómo se ha levantado la «jefa»! –añadió alguien.

–Con una gran falta de sueño –contesté. Y les conté con todo detalle la visita nocturna de André. Les debió de impresionar bastante, porque fueron capaces de guardar silencio–. Mañana es lunes y hay clase; hablaremos del asunto con tranquilidad.

Me levanté del asiento y nos dispusimos a cerrar las maletas y despedirnos de todos con un rico «aperitivo ilustrado» antes de partir hacia Madrid.

A las 20.30 del lunes aparecieron en casa todos a una, con una puntualidad británica sorprendente.

–Vaya, os ha cambiado el metabolismo –los recibí sonriente. Lo del cambio de metabolismo es una frase utilizada por mí cuando observo en una persona un cambio repentino de su conducta habitual. A Fulanito le ha cambiado el metabolismo, suelo comentar.

El grupo es estupendo, pero padece una impuntualidad crónica; tampoco es muy disciplinado. ¡Qué le vamos a hacer!

Cuando conseguí acallar sus voces, tomé la palabra:

–Después de mucho meditar, he llegado a la conclusión de que no podemos desaprovechar la gran energía que el solsticio de verano pone a nuestra disposición, si la sabemos canalizar podremos aumentar nuestro poder y aprender a controlado. Para ello debemos encontrar un lugar propicio a la manifestación de esa energía. Conozco un sitio así y deseo llevaros a él. Hasta ahora hemos estado muy centrados en potenciar la capacidad de «ver», pero creo que ha llegado el momento de abrirse a otras posibilidades. No me parece demasiado pedir que os regaléis un fin de semana para desconectar de la realidad cotidiana y poder adentraros en otras realidades. He elaborado el programa de actividades, aunque no pienso revelarlo; quiero que lleguéis al lugar con la mente libre de ideas preconcebidas. Ninguno lo conocéis y pretendo que no busquéis pistas en Internet. Y como me parece que la idea de acampar no os convence demasiado, tenemos reservada una casa rural en el pueblo más cercano.

–Qué seria se ha puesto la Bruja Mayor –susurró Gela al oído de Merlín, para recibir de inmediato una colleja simbólica.

Mi discurso tuvo éxito, porque ninguno se atrevió a escaquearse.






Descargar "Anécdotas Mágicas de André Malby", de

Descargar en formato .PDF





0 comentarios:

Publicar un comentario